Celebramos
este año dos treintenas de aniversario muy distintas, pero a la vez casi
iguales. Ambas fueron la expresión de revuelta de una sociedad contra las
dictaduras comunistas que las oprimían. Una resultó exitosa, y en noviembre de
1989 consiguió derribar el muro de Berlín, haciendo caer a los regímenes
satélites y, posteriormente, al imperio soviético. De ahí nacieron hermosas
historias de libertas y, por primera vez en siglos, muchas de las sociedades
del este tuvieron ante sí un futuro de libertad y prosperidad como no se
recordaba. Está por ver si se ha aprovechado esta oportunidad como es debido y
hasta qué punto los traumas causados por esas férreas dictaduras no están
detrás de la búsqueda de orden que ahora algunos populistas encabezan
El
otro aniversario que conmemoramos se produjo la noche del 3 al 4 de junio en la
plaza pequinesa de Tiananmen, donde fueron los estudiantes y algunos líderes
civiles los que se levantaron contra el opresor régimen comunista chino,
demandando libertad y prosperidad. Si el este de Europa cuenta una historia de
liberación, China es, bien al contrario, el ejemplo de cómo la más cruel
represión puede ser rentable para el régimen que la ejerce. Treinta años
después aún no sabemos cuánta gente murió en esa inmensa explanada que se
encuentra en medio de la capital china. Se habla de cientos, miles, sin que
haya fuentes que puedan corroborar cifras exactas, y esta misma duda que nos
surge a nosotros, que opinamos desde sociedades abiertas es, en sí mismo, el
mejor ejemplo de lo efectiva que fue aquella cruel represión. No conocemos a
los responsables de aquellas revueltas, carecemos de nombres que nos
retrotraigan a aquellos años y sucesos. Los Walesa, Minchick Havel y demás
protagonistas de la caída del comunismo en el este no tienen un partenaire
chino, entre otras cosas porque probablemente algunos de ellos murieron en esa
plaza en este mismo día bajo los tanques o por el disparo de los militares.
Quedó una imagen grabada en la conciencia global de aquel seísmo, la del
valiente que, con las manos ocupadas por cargadas bolsas de plástico, se pone
en frente de un tanque. El acorazado trata de esquivarlo, pero el,
parsimonioso, sigue el recorrido de las orugas para mantenerse en todo momento
a tiro de la torreta, tratando de esa manera de intimidar a su poderoso
enemigo, su seguro vencedor. ¿Cómo se llamaba ese hombre? ¿Cuál era su vida? No
tengo respuesta a ninguna de esas preguntas, y vuelve a ser esa ausencia de
respuestas la mejor prueba de hasta qué punto la represión que se llevó a cabo
fue fulminante y eficaz. En la China de hoy en día, idéntica en lo dictatorial,
asombrosamente distinta en todo lo demás, lo que pasó hace treinta años ni se
estudia por los académicos ni se conoce por las nuevas generaciones. Es tabú,
algo prohibido, que el régimen ha conseguido extirpar de la memoria de sus
súbditos, y que muchos, la inmensa mayoría de ellos, sin duda, no sabrían sobre
qué les estamos hablando si rememoramos aquellos sucesos. Hoy, sólo en Hong
Kong o Taiwan se celebran actos en recuerdo de las no contadas y anónimas víctimas
de aquella represión, porque en la inmensa China continental el día de hoy
pasará como el de ayer o el de mañana, envuelto en el frenesí del desarrollo
acelerado y el infinito trabajo pendiente para la construcción del liderazgo
global. Si algo de lo que entonces pasó es buscado en el internet local,
controlado por el régimen, uno se sitúa a tiro de los servicios de información
y su libertad, otorgada con matices por el gobierno, será cercenada, hasta un
punto que no somos capaces de imaginar. Eso, no sólo la deslumbrante luz de su
desarrollo económico y poder, es China hoy.
Tres
décadas después el país ha sufrido una revolución, sí, pero como casi nadie la
esperaba, salvo quizás los jerarcas que ordenaron la matanza de la plaza. Camino
de ser la primera potencia económica mundial, mercado de importación y
exportación determinante, enfrascada en una guerra fría por el dominio de la
tecnología y el control global con EEUU, China es un monstruo que parece
imparable, que dicta su realidad y la impone cada vez más. En
paralelo, saca el mayor rédito posible a la tecnología para imponer el control
sobre el ciudadano y lograr la dictadura perfecta, manteniendo la paz
social gracias a la represión y el crecimiento económico. ¿Será siempre así? Eso
busca el régimen, y sabemos que hará todo lo necesario para lograrlo. Y si hay
que aplastar a la gente con tanques, o con un Gran Hermano, se hace.
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