jueves, junio 13, 2019

Hong Kong, frente a China


Uno de los motivos por los que el régimen chino gasta más dinero en seguridad interior que en defensa es para evitar que escenas como las que estamos viendo estos días en Hong Kong se reproduzcan en el territorio continental. Recordábamos hace pocos días el treinta aniversario de Tiananmen, la última protesta que se ha dado en China frente a la dictadura, que se saldó con la tragedia conocida y la eficacia represora que ha impedido que nuevos brotes surjan. La eficiencia de la dictadura comunista ha ido haciéndose cada vez mayor y su logro a la hora de silenciar toda protesta desata la envidia entre los sátrapas del resto del mundo. Eso es mandar, reprimir, vigilar, silenciar. Amordazar.

Pero queda Hong Kong, la excolonia británica, que fue devuelta a la soberanía de Pekín en 1997, creo recordar, y que posee un estatus especial desde entonces y durante cincuenta años contando a partir de la fecha de la reintegración al mandato chino. Ese régimen especial lo es en dos planos, económico y de derechos y libertades. En lo económico se establecía la necesidad de que la excolonia siguiera siendo un puerto comercial abierto al mundo, y que el sistema comunista no debía interferir en él. Desde que el comunismo chino se ha convertido en una eficiente máquina capitalista esta distinción entre los dos sistemas económicos se ha desdibujado, y Hong Kong no ha visto amenazadas sus libertades comerciales, sino más bien reducidas por la propia competencia del resto del país que se ha unido al mismo sistema. Los rascacielos llenos de empresas financieras y de comercio siguen creciendo en su angosta bahía pero son un decorado que ya es compartido por otras muchas plazas chinas. Es en el campo de los derechos y libertades donde funciona un régimen muy distinto y que permite a la excolonia ser una plaza defensiva, una especie de puerto franco donde disidentes chinos y defensores de la libertad pueden seguir actuando, amparados en el territorio bajo un tenue pero existente manto protector, que desaparece por completo al otro lado de la frontera. Desde su anexión, el creciente poder del gobierno chino, que a buen seguro jamás nadie pensó que llegaría a ser lo que es ahora, ha ido cercenando este estatus especial no tanto por la modificación legal del mismo como por la vía de los hechos, presionando sutilmente a las autoridades de la excolonia y sometiéndola cada vez más a un yugo que fuerza a los rectores de la urbe a ir amoldándose a la legislación china, reduciendo su libertad poco a poco. En 2014 estalló una revuelta en las calles, se le llamó de los paraguas, ante cambios legislativos internos que, auspiciados desde Pekín, restringían las libertades de los hongkoneses. Esa revuelta, pacífica, valiente y comprometida, acabó siendo controlada por las autoridades locales, y ante el miedo de muchos de sus impulsores de ser detenidos en territorio de la colonia y ser llevados al continente, se produjo una desbandada y una desmovilización. Hoy parece que asistimos a una segunda entrega de aquella revuelta, al parecer no tan organizada, y que responde nuevamente a un intento de las autoridades locales, presionadas por el monstruo chino, por cambiar la legislación local. Se trata en este caso de una reforma en la ley de extradición a China que amplia notablemente los supuestos por los que se puede producir la entrega de detenidos a las autoridades imperiales. Y saben los hongkoneses que una vez que dejan su ciudad y entran en China ya nada es lo que era, y que probablemente jamás vuelvan, sea cual sea el delito por el que se les acuse, siendo lo de menos si la acusación es cierta o falsa. Esta reforma legal desharía parte de esa liviana manta protectora de la libertad que aún rige en la excolonia, y de ahí las movilizaciones. ¿Lograrán triunfar? ¿Conseguirán parar este intento de opresión que se cierne sobre ellos? Ojalá sí, pero mucho me temo que no. El régimen chino tiene completamente silenciada la información que surge en la ciudad y no hay país del mundo que quiere apoyarla a riesgo de enfadarse con la segunda potencia mundial.

Si uno mira el mapa (mirar mapas siempre es interesante y divertido) ve a la isla de Hong Kong y la pequeña porción de territorio continental que conforman la antigua colonia, un puerto natural de gran valor con una cadena montañosa que lo separa del continente. Al otro lado de esas montañas, ya en territorio donde durante siglos no hubo nada más que arrozales y cuatro campesinos, se extiende ahora una urbe gigantesca llamad Shenzhen, de unos doce millones de habitantes, llena de complejos industriales, torres de oficinas y empresas para aburrir, en lo que se denomina el Silicon Valley chino, creado a la sombra de Hong Kong. Una de las enormes empresas que tiene su sede en Shenzhen es Huawei. Ese es una muestra del poder que, en décadas, no más, ha surgido en la zona, y que se yergue como una sombra sobre Hong Kong y sus libertades, amenazándolas como nunca antes se había visto.

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