Los
que me conocen me achacan, creo que con razón, de que no soy un vasco típico,
sino más bien alguien que rompe los moldes de lo establecido para provenir de
esa región. Ni como mucho ni bien, ni digo tacos, ni soy algo bruto, ni levanto
piedras, ni me gusta el deporte y así un montón de lugares comunes que no lo
son para mi. Uno de ellos es que, debiera saber, pero no tengo ni idea de cómo
se juega al mus, a pesar de los muchos años que pase en la facultad bilbaína de
Sarriko entre cursos de la carrera y doctorales (no terminado este último escalón).
Nunca he jugado a ese juego pese a que conocía a muchos a los que les encantaba
y podían pasarse horas y horas con cartas y tácticas que se me antojaban muy
extrañas, y poco atractivas.
Creo
sin embargo que una de las características del juego, si no estoy equivocado,
es que los jugadores se lanzan amenazas y faroles para tratar de condicionar
las estrategias del contrario, sin que muchas veces las cartas respalden las
posiciones que se hacen públicas. El secreto de lo que tiene el jugador en la
mano es una de las principales bazas para poder desarrollar su estrategia e
intentar ganar. El resto de jugadores carece de información de hasta qué punto
lo que aparenta poseer el contrario es real o no, y este aire de engaño
envuelve el juego, y según sus practicantes es uno de los principales
alicientes del mismo. Llega un momento, siempre, en el que se sabe realmente lo
que hay en la mano y lo que era verdad y lo que no, y se puede dar que
jugadores con malas cartas hagan grandes jugadas y otros con mejores bazas teóricas
no les saquen todo el partido posible. Dicen que el póker, del que tampoco se
mucho, también tiene un componente similar, y que en ambos juegos la inteligencia
del jugador puede violentar a lo que el azar ha decidido en forma de reparto de
cartas. Como verán, este escenario que se presta mucho al trilerismo, la
declaración y la pose se parece mucho a lo que vivimos estos días en el mundo
político. Asistimos a una representación múltiple en la que, en distintos
escenarios, y con a veces idénticos jugadores, el reparto de los escaños
propicia pactos y alianzas diversas, todas ellas no pocas veces relacionadas
entre sí, de tal manera que un acuerdo en una institución puede abrirlo en otra
o cerrarlo, intercambiando cromos en forma de ayuntamientos, mesas de
parlamentos y otras instituciones más o menos jugosas. A medida que corre el
tiempo se acaban los plazos para los organismos que, por ley, así lo tienen
dictado, y a partir de hoy veremos la constitución en cadena de los parlamentos
autonómicos y el sábado el inicio de la legislatura municipal, con la elección
de más de ocho mil alcaldes. Esta será la primera muestra de hasta dónde llegan
los faroles de unos y otros, y hasta qué punto se juega con cartas marcadas o
no. Todo el escenario de acuerdos y disputas se ejecuta con un ojo puesto en la
investidura de la presidencia del gobierno, la auténtica joya del poder patrio,
cuyo proceso real arranca hoy con la primera toma de contacto del candidato Sánchez
con los líderes de Podemos, Ciudadanos y PP. Los tres se lo quieren poner difícil,
por distintos motivos. Iglesias aspira a ser ministro para esconder el desastre
de su resultado electoral y, de paso, sacar dinero y colocar a afines. Rivera y
Casado se oponen con fuerza a la investidura porque ambos aspiran a ser líderes
de la oposición, y eso les fuerza a ponerse duros, pero saben que sólo serán
algo así si se constituye gobierno, y en alguna de sus filas empieza a oírse la
posibilidad de una abstención para permitir que arranque la legislatura y que el
gobierno no depende de independentistas. ¿Es esto posible? ¿Le conviene a
alguna de las formaciones? ¿Qué consecuencias tendría?
El
PSOE, por ahora, empieza el proceso de negociación con vistas a una investidura
a celebrarse a mediados de julio, pero
avisando de que si no hay acuerdo la posibilidad de repetir elecciones está a
la puerta de la esquina. ¿Otro farol? Puede ser. Si estamos ante una
legislatura larga, de cuatro años, el que una de las formaciones de la derecha
se abstuviera no sería muy penalizado por su electorado, dado que las siguientes
elecciones generales serían dentro de mucho tiempo, y hacerlo en nombre de un
interés nacional no es una mala estrategia para venderlo como un sacrificio
necesario, pero los intereses cortoplacistas de Ciudadanos y PP y la disputa
interna que viven por el liderazgo de su espacio restan opciones a esta
posibilidad, que personalmente veo como la menos mala. ¿Qué acabará pasando? Ni
idea, pero como entre pillos anda el juego tocará mirar de reojo la mesa para
ver qué jugadas se muestran y cuales se ocultan.
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