miércoles, junio 26, 2019

Noche de San Juan y playas llenas de mierda


El ser un hipócrita no es algo que las redes sociales hayan exacerbado, porque desde siempre se ha tratado de ofrecer una imagen pública mucho más aceptada por la sociedad de lo que es realmente nuestro fruto privado. Antaño, en las encuestas todo el mundo decía que veía La 2 mientras que nadie le hacía caso a esa cadena y consumía las basuras que echaba Telecinco sin cesar. Ahora todo es igual, sólo que se despotrica por Twitter y otras redes en contra de la cadena emisora de basura, de cada vez mayor toxicidad, y su audiencia no deja de crecer y crecer a medida que la pose eleva a trending topic programas de La 2 que consumen una inmensa minoría que decía antes esa cadena en uno de sus lemas más acertados.

La concienciación ambiental es otro de esos temas, muy de moda, para el que ofrecemos un perfil social comprometido y un comportamiento privado completamente antagónico. Se han puesto de moda las manifestaciones de estudiantes reclamando un cambio en las políticas a favor del medio ambiente y para luchar contra el cambio climático, y no seré yo quien me oponga a esas concentraciones, que creo pecan de ingenuidad, pero denuncian un problema real al que no nos enfrentamos como sociedad, y que nos puede causar un gran problema en el futuro. Sin embargo, muchos de esos manifestantes a buen seguro, como casi todos nosotros, llevan a cabo en su vida diaria una forma de ser y consumir que fomenta ese mismo cambio climático. A veces esa forma de ser no puede ser alterada fácilmente, piense en una familia, en las demandas de los bebés o niños, pero en otras ocasiones si es posible cambiar comportamientos y estilos de vida o consumo que reduzcan nuestro impacto. Pero llevar eso a cabo exige sacrificios, y eso no lo quiere nadie, claro, y ahí es donde fracasamos. Y luego viene lo triste, que es que bastaría con que fuéramos algo cívicos y no una panda de guarros para tener un comportamiento vital mucho más comprometido con el medio ambiente que afirmamos defender con todo nuestro corazón. El pasado domingo tuvo lugar la noche de San juan, comienzo oficioso del verano, en la que no es ni la noche más corta ni la del solsticio, por mucho que se empeñen los medios de comunicación. Hogueras y fogatas por todas partes y fiesta, mucha fiesta, por doquier. Fiesta aderezada del consumo de todo tipo de productos y envases asociados, que dejó, como siempre, un rastro de mugre, de mierda, que a buen seguro también era posible divisar desde los satélites que vigilan el medio ambiente. Las playas de Málaga que se muestran en este artículo son un perfecto ejemplo de cómo quedaron esa noche nuestros arenales, y donde pone arenales piense usted en todos aquellos lugares en los que celebró alguno de los jolgorios de la noche festiva. La cantidad de mierda que cubre la arena, hasta convertirla en poco más que una imagen de fondo, son toneladas y toneladas de desperdicios tóxicos que exigen un enorme trabajo de recogida por parte de los servicios municipales, que suponen un coste para las arcas de los ayuntamientos, que se pagan con los impuestos de todos, y que contaminan todo lo que tocan. ¿Cuántos kilos, toneladas, de toda esa montaña de mierda, llegó al mar? ¿Cuánta se convertirá en los temidos microplásticos que acabarán residiendo en el interior de las formas vivas que deambulan por el Mediterráneo? ¿Cuántos causarán la muerte de animales o acabarán depositados en fondos marinos, ensuciándolos de manera permanente? Para evitar escenas tan asquerosas como la de esa imagen no hay que luchar contra pérfidas multinacionales, sistemas opresores y demás parafernalia con la que muchos activistas nos dan la turra día sí y día también. Basta con no ser un guarro, con llevar en la mano la lata o botella de la bebida consumida, juntarlas en una bolsa y arrojarlas a un contenedor adecuado. Pero no, arrojamos el desperdicio a la arena, que ya vendrá alguien a limpiarlo, y muchos lo harán, a buen seguro, mirando al mar al que dicen defender, de palabra, pero no de acción.

Este comportamiento incoherente es muy humano, está muy estudiado y es una de las principales trabas frente a las que debe luchar el progreso científico para lograr mejorar la sociedad. Hacemos lo que nos es más cómodo como individuos y sociedad porque así estamos programados por la evolución, y esa inercia es muy muy difícil de combatir. Telecinco lo sabe, y los vendedores que viven de nuestro derroche y consumo compulsivo también, y explotan esta debilidad para sacar ingresos de ello y contribuir a saciar nuestra necesidad de satisfacción bruta. Que eso sea a costa de nuestro colesterol, el medio ambiente o la cordura (Telecinco vuelve loca a la gente, no me queda la menor duda) poco nos importa, después de lo satisfechos que nos quedamos al actual como jamás reconoceremos que hacemos. No se si tenemos remedio.

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