Después
de las dos noches electorales recientemente vividas resultaba obvio que Podemos
es el gran derrotado de esta serie de comicios enlazados que hemos vivido. El
PP sale muy herido de ambos, pero las opciones de alianzas le permiten
conservar feudos de poder y parece haber visto su suelo electoral, por lo que,
aunque su situación es grave, tiene paliativos. En casa iglesias no hay lugar
para el consuelo. Pierde todas las plazas de poder municipal y autonómico que
tenía, y la única ciudad que conserva sigue en manos del “kichi” perteneciente
a una de las corrientes opositoras al liderazgo de Iglesias. En votos, concejales
y escaños el balance de este ciclo para los morados es sonrojante, y los aboca
a una crisis existencial, lo quieran o no. Mejor dicho, lo quiera ÉL o no.
Y
es que uno de los males de Podemos, que no le ve ni quiere afrontar, y se aloja
en su seno desde su misma concepción, es su total dependencia del mesiánico
liderazgo de un Pablo Iglesias que se ve como líder y dueño de la formación. Es
cierto que su papel ha sido determinante en el surgimiento del partido, y nadie
le puede negar el mérito de haber armado desde la nada una formación que
consiguió unos resultados excepcionales, pero a partir de cierto momento su
soberbia, que exhala por todos los poros de su cuerpo, empezó a restarle apoyos
y votos, y cuando llegó ese momento en el que el líder debe saber apartarse
para que el grupo que ha creado pueda seguir creciendo, optó por todo lo
contrario. También es verdad que a nadie debiera extrañarle algo así en una
formación de corte marxista clásico, que parece casi siempre sacada de un tarro
de formol de principios o mediados del siglo pasado, que diríase que posee aún
un despacho en el que un teléfono tiene línea directa con Moscú para recibir
instrucciones. En su concepción del poder, absoluta y absolutista, heredera de
los líderes soviéticos a los que tanto admira, Iglesias ha ejercido la
autoridad absoluta en su entorno, vistiéndolo a veces de ropajes amables,
apelando a la “gente” como otros lo hacían al pueblo antes de esclavizarlo. En
otras ocasiones no se ha andado con subterfugios y ha usado palabras muy
gruesas contra sus oponentes. Y en todo momento ha dejado claro que oponente
sería todo aquel que le llevase la contraria. Así, la salida de dirigentes, con
o sin cargo, de la formación, ha sido un constante, de tal manera que cada vez
los que quedan al frente son pablistas más puros, y es sabido que, entre las
vanguardias proletarias, también se crean subgrupos de purísimos que purgan a
los simplemente puros, y así hasta el infinito. El partido ha ido adelgazando
en nombres, corrientes y perspectivas a medida que el discurso de Iglesias ha monopolizado
el pensamiento de la formación. Un discurso sectario, de enfrentamiento,
comprensivo con el independentismo, económicamente maniqueo, ausente en lo
social, con tintes autoritarios y, sobre todo, tan trasnochado que, ya les
digo, parece propio de un museo. A medida que el partido perdía voces también
se caían apoyos sociales, que eran vistos por los pablistas como rémoras, grasa
que se podía eliminar para correr más hacia ninguna parte. Por otro lado,
Iglesias, como todo buen émulo de sátrapa, no ha tardado en arreglar su vida
personal chalet en la sierra madrileña mediante mientras sigue encarnando, con
una notable hipocresía, un discurso basado en “los de arriba y los de abajo”
carente de toda credibilidad tras verse cómo a la primera oportunidad ha podido
escapar de “los de abajo” para hacerse de “los de arriba” según él los define. La
casa de Galapagar define muy bien lo sucedido con Podemos a lo largo del año
pasado y el caos mental en el que se encuentra la formación. En medio del
jaleo, Iglesias trata constantemente de acallar críticas y de atacar a todos lo
que le puedan hacer sombra, buscando sobre todo que nadie le pueda quitar las
sombras que, en su jardín, junto a la piscina, le refresquen en verano.
El
cese ayer por la noche de Pablo Echenique como secretario de organización del
partido es el primero de los ordenados desde Galapagar por Iglesias para
tratar de dar carnaza a los críticos, que llevan varios días organizándose y
emitiendo comunicados y señales. Con su ambición incesante de entrar en el
gobierno, busca Iglesias salvar su trasero, chalet y posición, y tener un
altavoz desde el que golpear con saña a sus opositores. En todo esto el papel
de Irene Montero es idéntico al de su marido, porque ambos son clones, tanto en
lo estético como en lo ideológico y formal. El hecho mismo de que ella se pueda
presentar como sucesora y que la sede familiar del poder del partido se mantenga
es una muestra de hasta qué punto el personalismo peronista de Iglesias ha entrado
hasta el seno mismo de la formación, destrozándola. Podemos parece agonizar.
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