Desde
el inicio de su polémico mandato, la relación de Trump con México ha estado en
el centro de todas las polémicas y sorpresas. Ya en su campaña la idea de
construir el (ampliar el ya existente) muro y que lo pagaran los vecinos del
sur fue uno de sus principales argumentos, y el ruido que generó destacó su
candidatura aún más sobre el resto de aspirantes republicanos. En todo lo
transcurrido de su presidencia, Trump no ha dejado de usar a México como chivo
expiatorio de sus frustraciones, acusándolo de todo lo imaginable, y
amenazándole cada dos por tres con la imposición de aranceles, multas y todo
tipo de sanciones. Lo que hace con ese país es una de sus grandes bazas, y lo
sabe, para conseguir la relección.
El
acuerdo firmado el pasado viernes entre ambas naciones, lleno de cláusulas
secretas, y que de momento ha eliminado la posibilidad de los aranceles desde
el lado norteamericano, ha sido el último de estos episodios de tensión, y
refleja perfectamente el modelo negociador del matón Trump que, tristemente, le
genera réditos. Se levanta el magnate a horas intempestivas y de mala leche, y
tuitea furioso contra sus vecinos, acusándoles de lo que sea, y si hace frío en
Washington, también de eso. Planta ante el socio comercial una amenaza, un
golpe, con el objeto de que ese socio se asuste y se avenga a una negociación
en la que lo que esté en juego es cuánto va a ceder el socio frente a las
pretensiones americanas, sin que éstas se muevan un ápice. Es una táctica ruda
que parece funcionar, como en las pelis de mafiosos, ante rivales o terceras
partes bastante más débiles, pero que se complica cuando uno se enfrenta a
alguien de su tamaño. ¿Cuál es la evidente ventaja de EEUU? Que nadie posee su
tamaño, a excepción de una China que, sin dejar de crecer, se le aproxima. Pero
no nos adelantamos. El rival, asustado por el golpe inicial, no sabe hasta qué
punto Trump juega de farol o no, como el asunto de los pactos políticos a los
que me refería ayer, pero sí sabe que desde el momento en el que se lanzan amenazas
comerciales desde Washington, el daño económico empieza a ser real. Las
variables financieras cotizan y el miedo inversor crece, y el país débil
empieza, pase lo que pase, a pagar un coste en esta negociación. Para evitar
males mayores se suele acabar alcanzando un acuerdo, que Trump siempre vende
como fantástico y genial, que en la práctica no suele alterar mucho la
situación inicial, pero que en todo caso genera movimientos que son siempre
favorables a los intereses norteamericanos. Y eso lo puede vender Trump como un
éxito de su “gestión” y manera de hacer las cosas. Es un sistema perverso y que
posee muchos riesgos para ambas partes, obvios para la débil, algo ocultos,
pero no menores para EEUU. Los acuerdos que se firman de esta manera están, por
definición, sujetos a inestabilidad, porque nada garantiza que Trump se vuelva
a enfadar otra noche, considere que lo acordado no le satisface y vuelva a las
andadas con nuevas bravuconadas. Esa sensación de socio no fieble, de veleta,
es uno de los mayores riesgos para la imagen de EEUU, arquitecto y garante del
actual sistema de relaciones internacionales, que pervierte cada vez que se
comporta como un niño rabioso, y que alienta a que el resto de jugadores
internacionales pasen de unas reglas que, presuntamente se acuerdan entre todos
(se mantienen porque EEUU tiene el poder para hacerlas respetar) y a todos
comprometen. Si la sensación es que el garante no respeta el marco, ¿por qué
otros van a hacerlo? La situación de ruina, de abandono, en la que se encuentra
actualmente la Organización Mundial del Comercio (OMC) es una clara muestra de
las consecuencias de este tipo de actuaciones. Y el hecho de que, a muy corto
plazo, Trump saque rédito de tácticas semejantes es un aliciente para que siga
empleándolas y, con ello, deteriorando el clima comercial y de seguridad aún más.
El niño consigue el juguete a costa de cargarse el juego.
México
parece que va a verse forzado a intensificar su papel de policía fronterizo de
EEUU, en un movimiento de subcontratación de la seguridad del borde exterior
que España ya practica con Marruecos y la UE con Turquía, por ejemplo, pero en
un contexto mucho más violento y volátil. Compra tiempo el gobierno del
populista López Obrador, que en el fondo no es muy distinto al magnate
neoyorquino, dominados ambos por la imagen y la creencia en el mando directo y
certero que sale de ellos mismos. Ay, qué cierto era aquel adagio que lamentaba
la situación de México, tan lejos de Dios y tan cerca de EEUU. Su poderoso
vecino del norte es su principal fuente de ingresos y crecimiento y, también,
de graves problemas económicos y sociales, que ni este tratado ni otros futuros
podrán resolver.
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