Ayer, el
programa Cachitos de La 2 se dedicó en su integridad a repasar y homenajear el
contenido de La bola de cristal. Por si no lo conocen, y les advierto, se
pierden algo muy interesante, Cachitos es un programa musical que se basa en
enlazar recortes de actuaciones que se encuentran en el inmenso archivo de TVE.
Con carácter temático, sus episodios enlazan secuencias de fragmentos temas
aderezados por la presentación de Virginia Díaz, locutora de Radio 3, y una
rotulación que comenta lo que estamos viendo y escuchando, todo ello con un tono
desenfadado, humorístico y transgresor. Se nota que los que lo producen eran
adictos a “esa bola que a todo el mundo le mola”.
De
vida breve, la bola de cristal fue un programa infantil que se emitía los
sábados por la mañana, y que en formato contenedor, incorporaba un conjunto de
series infantiles con aderezo de grupos musicales, actuaciones variadas y la
presencia de los presentadores del programa que eran un grupo de marionetas
conformado por la bruja avería y los electroduences, todos ellos coordinados
por Alaska. La imagen que ofrecía aquel espacio era extraña, fruto de una
época, marcada por la movida madrileña, que tuvo en la bola uno de sus
principales productos de exportación y escaparate. La inmensa mayoría de los
que presentaban o actuaban en el programa no tenían nada que ver con el mundo
de la televisión, aunque estaban experimentados en salir al escenario y cantar.
Para ellos las cámaras eran algo raro, y hoy en día contemplarlos deja un poso
de ingenua admiración no tanto al valor que tuvieron para ponerse delante de
los focos, que también, sino por esa ingenuidad con la que actúa el que lo hace
sin que le importe que le vean o no, ingenuidad que es, casi siempre, la base
de la mejor interpretación. Ver la bola los sábados era, o ese es mi difuso
recuerdo, asomarse a un lugar extraño, en el que salían personajes divertidos e
interesantes, que hacían reír, daban miedo, gesticulaban… sentarse ante la tele
era, en ese momento, algo raro, porque no voy a negarlo, no entendía mucho de
lo que veía, pero llamaba poderosamente la atención lo que por allí pasaba. No
era algo infantil al uso, ni mucho menos, y como muchas otras cosas,
contemplarla con el paso de los años permite hacerse una idea mucho más cabal y
completa de lo que pretendían los creadores de aquel invento. A la cabeza del
mismo se encontraba Lolo Rico, donostiarra fallecida hace pocos años, que siempre
trató de crear formatos infantiles en los que los niños no fueran tratados como
estúpidos, sino como personas pequeñas en estatura, grandes en imaginación y
con ideas en formación. Ver hoy la bola, decía, permite entender muchas más
cosas, aunque es cierto que algunas siguen siendo incomprensibles, y otras, de
transgresoras y rupturistas, siguen estando más allá del entendimiento. En una época
tan moderna como la actual, o que está todo el día alardeando de serlo (dime de
que presumes y….) es casi seguro que la reposición de un programa íntegro de la
bola generaría una enorme catatara de tuits, legiones de ofendidos, quejas a
viva voz, peticiones de cierre y amenazas varias a los productores por parte de
grupos, colectivos, portavoces y todo tipo de expresiones afines que se sentirían
perjudicados por lo que estarían viendo. La mera presencia de la bruja avería
amenazando con romper el televisor si no se le hace caso, manipulando como el
estudio de producción como si fuera un antecesor de un bot ruso, y gritando “viva
el mal, viva el capital” a diestro y siniestro sería considerado por tantos
como el anatema de la subversión. Seguro que el programa no aguantaba el par de
emisiones.
¿Quiere
decir esto que aquella época era mejor que la actual? No, son distintas, ambas
fruto de las experiencias y sentimientos dominantes de las sociedades de
entonces y ahora. Lo que si es cierto es que, más allá de la calidad musical de
la movida, elevada en algunos casos, más que discutible en otros, es que
aquellos años, tras décadas de grisura, supusieron una fuente de innovación que
duró mucho más que su propio tiempo. No había miedo a la experimentación, se
probaba de todo (también lo muy malo, no lo olvidemos) no se copiaba
directamente lo que era éxito y no daba miedo probar caminos distintos a lo ya
conocido. En eso debiéramos imitarles, tratar de crear, de innovar en el
sentido artístico del término. ¿Qué es difícil? Muchísimo. Pero en nuestras
manos está que, como pasaba con la bola, hagamos cosas y que nos digan, mola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario