Tras
la constitución de los ayuntamientos este pasado sábado, que dejó situaciones
de lo más diverso, en algunos casos divertido, en otros reflejo de la
intolerancia nacionalista, se puede hacer un cierto balance de ganadores y
perdedores de los pactos alcanzados. Y nuevamente los dos grandes partidos
aparecer como los mayores beneficiados. El PSOE, que ganó esas elecciones en
votos, consigue feudos importantes y una elevada representatividad en todo el
país, y el PP, que sacó un mal resultado, alcanza el poder en varias plazas
gracias a las alianzas a dos o a tres, maquillando en gran parte el escrutinio
de votos, que fue malo para ellos. Tanto en Ferraz como en Génova tienen
motivos para sentirse satisfechos.
No
se puede decir lo mismo en la sede de Ciudadanos. Sus resultados electorales
fueron buenos, buenos en el sentido de subir en votos y concejales respecto a
las elecciones pasadas, donde ni existían en muchos municipios. El resultado
global de los pactos les otorga poder real, cosa que antes no tenían, por lo
que también en ese sentido la situación es mejor, pero el regusto que deja la
jornada es algo amargo para los de Rivera. Y lo es porque, parafraseando esa
canción de Héroes del Silencio, el partido se quedó entre dos tierras y no le
dejan aire que respirar. El ascenso de Ciudadanos es indudable, sí, pero
claramente insuficiente para conseguir los dos objetivos que buscaba Rivera.
Uno, el fundamental, convertirse en el líder del centro derecha en España, cosa
que no ha sucedido. Ha estado cerca, ha tenido en frente al peor de los PPs
imaginables, pero aún así no lo ha rebasado. Y de ese “sorpasso” esperado se
deducía el otro objetivo, la independencia, la autonomía a la hora de pactar,
autonomía en forma de no verse sometido a la necesidad de recurrir a Vox. Y ahí
es donde el resultado de Ciudadanos es claramente insatisfactorio. La división
en el voto de la derecha ha convertido a Vox, para desgracia de casi todos, en
aliado necesario si se quiere conformar una mayoría alternativa. El caso obvio,
por notorio, es el de Madrid. Si Vox no vota el acuerdo entre PP y Ciudadanos
Carmena seguiría de alcaldesa, y si lo vota es porque espera sacar rédito de
ello. De
momento no aparecen cargos de la formación extremista en la composición del
gobierno municipal, dada a conocer ayer, pero es probable que sí estén
presentes en segundos y terceros niveles, como responsables de juntas de
distrito o similares. Bueno, dirán algunos, vamos a pasar de tener responsables
de distrito de extrema izquierda, como eran Romy Arce o Sánchez Mato, a
tenerlos de extrema derecha, y eso es una manera de decir que pasamos de un
problema a otro, de signo contrario, pero de igual intensidad. Ambos extremos
son, desde mi punto de vista, igual de lesivos para la convivencia y la gestión
pública, y pese a que resulta obvio que en España está mucho mejor visto ser
comunista que pseudofranquista, a mi me parecen dos reversos de una moneda
igual mente vacía de valor, y llena de problemas. ¿Hasta qué punto tensará Vox
la cuerda en el día a día en su gestión y exigencias? Lo veremos, pero está
claro que todos sus movimientos se convertirán en una carga, azuzada
convenientemente por los medios, para un Ciudadanos que se verá presionado en
todo momento por estos acuerdos. Al PP parece importarle poco que le asocien
con una formación tan extremista, porque en parte los votantes de Vox eran
votantes del PP, que votaban esas siglas con pinzas en la nariz a falta de otra
alternativa viable. Si con el tiempo las cosas transcurren como es debido, Vox
se desinflará y su representatividad irá a mucho menos, entre otras cosas
porque sus votantes han visto cuáles son las consecuencias, para la derecha, de
fragmentar el voto, y la pérdida de poder que eso supone, pero durante unos
cuantos años, al menos cuatro, vox tendrá el papel en los municipios que las
municipales le han otorgado, y para Ciudadanos gestionar eso se va a convertir
en uno de sus mayores dolores de cabeza. Puede hacer como que no están ahí,
pero esa táctica de negación, tarde o temprano, resulta tan infantil como inútil.
¿Qué
hacer? Una
opción es la de la vía Valls, que en el ayuntamiento de Barcelona regaló sus
escaños para que ERC no alcanzase la alcaldía. Con este gesto, inédito en
la política española, Valls optaba directamente por el mal menor, y se saltaba
las líneas rojas de un Ciudadanos que no hubiera apoyado ni a uno ni a otro.
Cierto es que los escaños de Valls no daban para mucho más, pero su gesto es
valioso. La pregunta es ¿Hubiera hecho lo mismo Valls en una situación como la
madrileña, renunciado a los votos de Vox? ¿Hubiera renunciado al poder allí
donde tendría opciones reales de alcanzarlo? Y de hacerlo, ¿le hubieran
recompensado los votantes por su gesto en las siguientes elecciones? Esa es la
gran pregunta que en Ciudadanos deben hacerse sin cesar.
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