La
última vez que se le pudo ver a Chicho fue en la entrega del Goya de honor, un
homenaje tierno del mundo del cine a él, que con sólo dos películas, sentó las
bases del cine del terror para cualquiera que desee dedicarse a eso. En silla
de ruedas, enjuto, con los ojos vivos e intensos, pero con unas manos
esqueléticas que reflejaban hasta qué punto el cuerpo se había convertido en
una prisión inexpugnable para su brillante mente. Su voz era rugosa, pálida y
suave, apenas recordaba a la del realizador omnisciente que siempre fue, y la
sensación que transmitía era de agonía, de apagamiento inexorable. Se
dio el final este pasado viernes, a los 83 años.
Cuando
alguien se muere se loan sus grandezas elevándolo a los altares, en una
tradición que en España es marca de la casa, y así lo describió Rubalcaba,
quien seguro no llegó a imaginar que él mismo sería pontificado de manera
oficial tan pronto y con el boato con el que lo fue. Muchas y grandes cosas se
han dicho de Chicho a lo largo de este fin de semana, y todas ellas son
ciertas, y es que su figura llegó a ser mucho más que la de un productor
televisivo, pero en el mundo de la pequeña pantalla Chicho llegó a ser un dios que
lo creó todo y tuvo al público en sus manos como nadie lo ha tenido en este
país. Todos los que ya tenemos una cierta edad hemos visto alguna vez el 1, 2,
3. En mi recuerdo permanece la segunda versión, presentada por Mayra Gómez
Kemp, que arrasó en audiencia con un formato dinámico, moderno, que lo mezclaba
todo, que tenía concurso estricto, actuaciones musicales, espectáculos de
magia, humor… un carrusel que cogía al país entero y lo sentaba tres horas
delante de un televisor con audiencias de más de dos decenas de millones.
Cierto es que entonces no había competencia, y cierto es también que ningún
otro programa de la casa se acercaba a registros similares. El concurso era
espectáculo, y muestra de lo que Chicho era capaz de crear y coordinar. Profesionales
de todos los gremios, artísticos y no, se juntaban en aquellos montajes que se
creaban a lo largo de toda la semana, en sesione maratonianas de producción y
ensayo, en los que todos trabajaban hasta la extenuación, dirigidos por un
hombre que tenía la tele en su cabeza, les exigía de todo y se dejaba aún más
horas que todos los demás en el empeño de sacar adelante aquella criatura. El
1, 2, 3 es historia de la tele, y no se puede entender la sociología del país
en aquellos años sin referirse al concurso, que ha dejado expresiones en el
habla coloquial como sólo los grandes acontecimientos logran, pero Chicho hizo
muchas más cosas, y todas ellas revolucionarias. Creo formatos, sistemas de
dirección, formas de grabar y realizar. En una tele única en la que
experimentar estaba mal visto, pero que como él decía, las penalizaciones
salían gratis porque no había competencia, probó, probó, aprendió y reaprendió.
Hizo de sí mismo uno de los personajes de su creación, inspirado en Hitchcock cuando
realizaba sus “Historias para no dormir” pero luego mucho más complejo y
retorcido, jugando con el humor negro y con la figura del realizador
todopoderoso, como él lo era. Llegó un punto en el que el personaje amenazó con
devorar al profesional, y Chicho supo volver al segundo plano, manteniendo la
autoridad, llevando las riendas del control de sus productos, pero exponiéndose
lo justo. El disparo de la competencia privada alteró a TVE para siempre, y los
programas de Chicho empequeñecieron en formato y presupuesto a medida que el nivel
de gasto de la clase media española consideraba como normal tener un apartamento
en Torrevieja. Pero seguía siendo igual de serio y riguroso en todo lo que hacía,
fuera cual fuese su relevancia. Waku Waku fue un pequeño concurso de animales, muy
blanco, para todísimos los públicos, pero lo hizo redondo y lanzó a la fama a
Inés Ballester y Nuria Roca. Y con hablemos de sexo revolucionó a un país, en
un programa que a buen seguro hoy estaría prohibidísimo, y convirtió a Elena
Ochoa en famosa. Hoy, caballera del imperio británico, casada con Norman
Foster, es todo un personaje.
Los
que trabajaron con él cuentan anécdotas sin fin de su exigencia, perfeccionismo,
hasta cierto punto tiranía en las formas y tiempos, con un altísimo nivel de exigencia
que se aplicaba en primer lugar a él mismo, pero todos coinciden en la absoluta
brillantez de sus planteamientos, en su manera modernísima de analizarlo todo y
en la capacidad de ver donde otros no veían el cómo crear y coordinar. Su nivel
de genialidad era absoluto, y todos lo veían en el día a día trabajando con él,
y todos coinciden en sentirse deslumbrados por una personalidad mucho más tímida
y dubitativa de lo que aparentaba, pero que tenía el don de la maestría bajo
sus gafas, bajo su barba, bajo el humo de su inseparable puro. Chicho fue único,
fue creador, y su marcha es una pérdida para todos. Descansa en paz, y gracias
por tantos momentos inolvidables
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