Sí, lo siento, no soy nada original. Sospecho que la frase hecha con los pelos y el margen ajustado será el clásico que servirá para titular muchas columnas hoy sobre la votación a la que ayer fue sometido el primer ministro británico. Su pelambrera desordenada invita a hacer todo tipo de chistes al respecto, y es tan fácil caer en ellos… Aunque el resultado, 211 a favor, 148 en contra, parezca otorgar una confianza holgada, lo cierto es que tanto voto en contra refleja un profundo hartazgo en el partido conservador a las formas y maneras de Johnson de hacer política y de no asumir sus errores.
Lo más claro que se puede decir de Johnson es que no engaña. Su pinta de bufón corresponde a un personaje que supera por mucho sus propias capacidades y que desarbola a todo aquel que trata de aproximarse a su figura. Histriónico, excesivo, lúdico, amante de las broncas, la carrera de Johnson es la de un tipo listo, dotado de una excelente memoria, educado a la manera de las más rancias élites británicas, que ha ido de un lado a otro movido por su mero afán de escalar en el poder sin tener muy claro para qué. Obsesionado con la figura de Churchill, proclama su adoración al primer ministro al que tanto debemos los europeos, pero la manera en la que Boris pretende emular a Winston sólo logra caricaturizar al personaje histórico y dejar en peor papel al actual político. No hay honra ni contenido profundo en la figura de un Johnson en la que, nuevamente, sus desordenados pelos son el perfecto reflejo de su personalidad. Antes de dedicarse de manera profesional a la política hizo un poco de todo, y entre sus múltiples empeños estuvo el de ser periodista, corresponsal de un diario británico en Bruselas. No consta que allí se disparara su eurofobia más de lo que ya lo estuviera antes de asentarse en la oscura capital comunitaria, pero sí es cierto que fue pillado en más de un renuncio por parte de sus editores, que comprobaban con cierta frecuencia cómo las crónicas que escribía el tal Boris no eran el reflejo de la realidad. Johnson escribía bien, sí, pero no era cierto gran parte de lo que contaba. Eso no sería delictivo en caso de dedicarse a la novela, pero en el periodismo resulta ser, como poco, una estafa. Acabó siendo despedido del medio y a partir de ahí, con los contactos que hizo en la Bruselas lobista, seguro que con más de una fiesta de por medio, encarriló su vida hacia la política, llegando a ocupar el puesto de alcalde de Londres, una figura que tiene más de nombre que de responsabilidad dado el extraño funcionamiento administrativo de esa gran ciudad. Durante sus mandatos Johnson no dejó indiferente a nadie, mostrando un talante cada vez más populista, aficionado al espectáculo puro y duro y con una vena histriónica que, salvando las distancias, le llevaba más a parecerse a un Jesús Gil y Gil anglosajón que a un mero populista de manual. Es en esos años cuando el tema del Brexit va cogiendo fuerza y Johnson lo ve como una oportunidad para pegar el gran salto al auténtico poder en su nación. Amparado en las irresponsable decisiones del nefasto David Cameron, un absoluto inútil de aspecto más formal pero de profunda necedad en todo, Johnson se une con fiereza al bando de los que quieren sacar a su país de la UE y, día tras días, repite mentiras cada vez más gordas sobre los efectos financieros para la islas de estar en la Unión o sobre cualquier otra cosa. Comparar lo que dice el martes con lo que afirma el jueves es risible, dado que no se parecen en nada y cada día que pasa sus trolas son mayores que las del día anterior. Pero Johnson tiene morro, por decirlo en bruto, sabe hablar ante un público mitinero, se toma una pinta con los votantes con enorme credibilidad, preludiando lo que será su principal ocupación una vez que llegue al gobierno. El brexit triunfa de una manera sorprendente, y Boris se sube al carro de una victoria a la que hacía no mucho veía con recelo. Afirma que era “brexitero” ya desde la cuna y, casi seguro, montó más de una fiesta para celebrar el resultado.
El interregno de Theresa May al frente del gobierno británico es una época en la que Johnson no deja de hacer trabajo de zapa para preparar su propio ascenso al poder. Entre medias, le da tiempo a volver a cambiar de pareja y ser padre otra vez, cosa que repetirá ya siendo primer ministro, Creo que tiene seis hijos de tres parejas conocidas. Llega al poder con una enorme victoria sobre el laborismo, arrasando en el cinturón rojo del norte, y la pandemia ya demuestra que gobernar no es lo que le gusta al marchoso de Boris. Desde entonces su vida es un rosario de escándalos, declaraciones absurdas, meteduras de pata, grandes palabras, discursos pomposos y nulo rumbo, todo aderezado con varias copas de alcohol. Como Churchill, sí, pero en payaso.
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