Tanto calor hace en la calle como frío en los mercados. Quizás no le prestaron mucho interés el viernes por la tarde a la evolución de las bolsas pero lo cierto es que el porrazo fue de los duros, con un Ibex que se dejó más del 3% y unos índices americanos que, no tanto, superaron el 2% de caídas de manera amplia. Las explicaciones de los expertos, que el jueves no veían esos desplomes, iban desde el dato de inflación en EEUU, nefasto, hasta la resaca de las decisiones del BCE anunciadas el jueves, que no tuvieron mucha cosa de sorprendente. Lo cierto es que el cierre de sesión y de semana fue un alivio. Si la cosa dura unos minutos más las pérdidas se hubieran acrecentado.
Desde hace dos meses los índices, especialmente en EEUU, están en formato corrección sin paliativo alguno. Rebotes a veces violentos pero breves en una secuencia de bajada que, en el caso del Nasdaq, la ponen en dimensión a la altura del crack del 2000, con una reducción del 20% desde máximos. No es sólo la tecnología, pero es ella la que más se está dejando en un bajonazo que, como suele ser habitual, pocos expertos han visto, y la mayoría han ido calificándolo de transitorio hasta que, probablemente, ellos también han entrado en pérdidas y han empezado a asustarse. El contexto bursátil antes de la guerra de Ucrania ya estaba mal, con una inflación desatada y unas perspectivas bajistas ligadas a la política de subida de tipos de la FED para volver a la normalidad monetaria tras los excesos pasados y la recuperación post Covid. El desastre ocasionado por Rusia he echado mucha más gasolina al cóctel inflacionario y a la incertidumbre que nos rodea, y eso ha terminado por fastidiarlo todo. Ahora mismo las voces que señalan que nos encaminamos a una recesión crecen a medida que los índices cotizados agudizan sus pérdidas anuales. En ciertos países de la eurozona la recesión técnica parece obvia por los datos que tenemos en el primer trimestre, con poco más de un mes de guerra efectiva. Recordemos que recesión es un término acordado por los economistas para definir un periodo de, al menos, dos trimestres de caída del PIB, pero como siempre es un concepto resbaladizo, que puede esconder muchos tipos de crisis y de intensidades muy diversas. La doble recesión de 2008 – 2012 fue en términos de PIB menos dolorosa que la única provocada por el Covid, que ha dejado a todas las anteriores convertidas en suaves olas en las gráficas frente al desplome producido por el cierre de 2020, pero ambas crisis fueron de una naturaleza muy distinta y de efectos también divergentes. Me atrevo a decir que, económicamente, el impacto de la de 2008 – 2012 fue mucho mayor del que vivimos en 2020, en el sentido de que aquella sí fue una crisis económica, mientras que la del Covid fue un desastre sanitario que afectó a todo, obviamente también a la economía. ¿Ante qué estamos ahora? Tenemos un shock de precios energéticos motivado por el rearranque de las economías tras el parón del Covid y las restricciones de oferta fruto de varios años sin inversión y de los cortes provocados por la guerra. Así mismo también las cadenas logísticas globales siguen perturbadas por efectos de las aperturas y cierres Covid, agravado este efecto por los rebrotes que se suceden en China y la no operatividad de sus enormes y vitales puertos. Por el lado monetario, el festín de estímulos lanzados por las autoridades para, en su momento, apaciguar los efectos de las crisis de deuda soberana europea de 2012 y luego permitir la expansión del gasto público necesaria para amortiguar los efectos del Covid ha dejado un mercado inundado de dinero. Los tres factores se han traducido en unas enormes tasas de inflación, condicionadas más o menos por factores reales o monetarios según qué sector y qué nación, que ahora mismo nos colocan en porcentajes de incrementos de precios no vistos en décadas.
Los gobiernos saben que con esas tasas no pueden ser reelegidos y que no hay manera de que la población esté tranquila antes una cesta de la compra que sube como la espuma, haciéndole la competencia a los termómetros en la ola de calor. Las bolsas de ahorro pandémico generadas durante el encierro parecen haberse destinado sobre todo al mercado inmobiliario, donde las compras y ventas de pisos están en pleno festín, y al ocio veraniego, con una demanda de viajes desatada y un precio de los hoteles que se infla más que las estrellas que los identifican. La duda es qué va a pasar después del verano, y, si las bolsas funcionan como indicador adelantado, que lo suelen, el panorama que vislumbran es sombrío. Estamos avisados de que vienen curvas.
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