Recuerdo como, a mediados de marzo, algún buen amigo de Elorrio me comentaba que estaba tan horrorizado por la guerra como todos, pero que creía que esto se acabaría pronto, como mucho para Semana Santa, que fue a mediados de abril. Veía como el plan de asalto relámpago que Putin pudo haber planificado en sus salones de amplias cortinas y mesas había fracasado y no veía una ofensiva prolongada en un tiempo, que sólo iba a aumentar el castigo de un ejército ruso que se había mostrado ante el mundo como anticuado, inoperativo y chapucero. Yo le comentaba que deseaba que acertara., pero que me daba que esta guerra podría prolongarse bastante más de lo que pudiéramos esperar. De momento, con tristeza, acierto.
Hoy se cumplen los cien días de ofensiva rusa en Ucrania y la situación se mueve, pero muy lentamente. El efecto de concentrar la ofensiva de Putin en el Dombas le ha permitido consolidar allí sus posiciones y realizar avances efectivos, que ahora mismo pueden hacer caer la ciudad de Sverodonetsk, lo que le llevaría a poder controlar con holgura toda la región. Se combate calle a calle en ese enclave, que probablemente se una al rosario de ciudades martirizadas en esta guerra, convertidas en escombros y camposantos. La región entera del Dombas y sus aledaños empieza a ser una ruina absoluta, un páramo inhabitable donde se suceden los cascotes, cáscaras de edificaciones arruinadas y miseria. Y cadáveres, claro, muchos. De soldados ucranianos, rusos y civiles, que yacen allí. La táctica de la guerra rusa consiste, desde hace dos o tres semanas, en someter a un bombardeo indiscriminado al territorio que se quiere conquistar con artillería a distancia, a unos 30 o 40 kilómetros. Se arrasa el terreno desde posiciones seguras y luego se ordena el avance de tropas mecanizadas, por lo que las bajas rusas empiezan a ser menores de lo que eran antes, pero aún muy elevadas en el día a día. El ejército ucraniano, que carece de aviación para eliminar esas baterías artilladas, y que tampoco cuenta con sistemas de disparo similares para efectuar sus propios barridos, poco puede hacer ante una forma de avance que supone arrasar todo el espacio disponible y tomar los restos de lo que antaño fueran cultivos o edificaciones. Por ahora las tropas de Kiev se han mostrado muy competentes dentro de combates urbanos, o en enfrentamientos en los que la movilidad de blindados y grandes unidades de artillería no pueden realizarse con soltura por estar rodeados de obstáculos como edificaciones, rotondas, puentes o cosas por el estilo. En una guerra a campo abierto las limitaciones de equipamiento de las tropas de Kiev resultan devastadoras, y las rusas tienen bazas que les dan gran ventaja. Por eso, desde hace unas dos semanas, cunde el pesimismo en la capital del país y en el conjunto de los aliados de Zelensky. El avance ruso se ha consolidado en el este del país y la sensación que da es que Moscú no acaba de considerar esos territorios como bazas negociadoras para una posible cesión posterior a sus legítimos dueños en unas conversaciones de paz, no, sino como nuevas anexiones territoriales de la madre Rusia, que crece para dar suelo a sus queridos hijos. Se difunden vídeos provenientes de Jersón y otras localidades en los que parece que se da una “rusificación” evidente, con el uso forzado de esa lengua, la adopción del rublo y otras señales que permiten aventurar que Rusia ha llegado para quedarse. Es pronto para decirlo, pero puede que en esos territorios no vuelva a ondear la bandera azul y amarilla en mucho mucho tiempo.
En todo caso, la lenta velocidad a la que avanza la ofensiva rusa nos pone ante la perspectiva de una guerra que puede decantarse por el bando moscovita, sí, pero a un enorme precio y a una escala temporal muy elevada, por lo que es de temer que estos hayan sido el primer centenar de otros que vendrán después, agravando sin cesar la situación del resto de la nación ucraniana y, como no, la del conjunto del mundo, que vía escasez energética, disparo de precios de materias primas y alimentos e inestabilidades cruzadas observa como este desastre ensombrece cada vez más las perspectivas globales para todo el año. La maldita guerra nos va a golpear a todos, ya lo hace, lo queramos o no, y sus efectos serán crecientes.
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