Está la ciudad revuelta a cuenta de la cumbre de la OTAN. La recomendación de teletrabajar ha permitido que bastante gente pueda quedarse en casa, y de paso ahorrarse litros de gasolina en viajes evitados, pero algunos seguimos acudiendo a oficinas desoladas en transporte público, y muchos más tienen empleos no telemáticos, en los que se debe estar para prestar servicio. Cortes de calles, de bulevares, de algunos tramos de las rondas de circunvalación, las famosas MXX y perímetros de seguridad en torno al recinto de IFEMA, sede del encuentro, y a los escenarios de agasajos varios, como el Palacio Real o, esta noche, el Museo del Prado, con llevan incomodidades inevitables para residentes y visitantes.
Es lo que tiene llenar tu casa de invitados y parientes de manera extensa, durante un tiempo no vives como te da la gana. La cumbre es un escaparate para Madrid como ciudad y España como nación anfitriona y los costes de la organización y las molestias se cubrirán con creces con las facturas emitidas a las delegaciones que llenan hoteles, no precisamente los más baratos, y requieren de todo tipo de prestaciones, nada asequibles en su mayoría. Pero lo relevante de esta cumbre no es eso, el despliegue, la logística, el efecto sobre la ciudad, sino su contenido y el momento en el que se produce. Hace un verano, con la huida de EEUU de Afganistán, la OTAN parecía herida de muerte, así lo expresó Macron con una frase dura, pero lo cierto es que esa apariencia era bastante real. Los planes conjuntos referidos a las misiones afganas habían saltado por los aires y la Alianza se enfrentaba a un futuro confuso. Tras superar los años de Trump, donde el socio americano, el que decide lo que pasa y se hace, le dio la espalda, la llega de Biden a la Casa Blanca apaciguó las cosas, pero quedó la sensación de provisionalidad, de que el vínculo trasatlántico no era tan fuerte como lo pintaban y que la obsesión creciente de EEUU con China, miles son los motivos para ello, nos dejaba orillados a los europeos. Seguía e debate sobre la necesidad de una defensa conjunta de Europa autogestionada, propia, digan de tal nombre, dotada de recursos y estrategias, y circulaban por Bruselas PowerPoints chulos en los que se hablaba de estas cosas, en medio de una indiferencia general, cuando no abierto rechazo. Y entonces llegó Rusia y lo cambió todo. El inicio de la guerra de Ucrania este 24 de febrero es un parteaguas continental que lo ha cambiado todo, mucho más de lo que imaginamos. Desde que los bombazos rusos empezaron a masacrar a Ucrania el miedo se extendió por toda Europa, más cuanto más al este, y la OTAN empezó a ser vista como un seguro a todo riesgo ante la amenaza rusa. Las hostilidades verbales, la idea extendida de que no va a haber una intervención como tal de la Alianza frente a Rusia, pero que tampoco se va a dar un ataque desde Moscú a naciones que estén bajo el paraguas atlántico, ha alterado por completo la percepción de las naciones que hasta ahora, por convicción o no, estaban fuera del tratado. El caso paradigmático es el de Finlandia y Suecia. La primera es neutral desde hace décadas por imposición, dado que ha tenido varios intentos de invasión rusos y la situación en las últimas décadas ha sido de una constante calma tensa con su gran vecino. A modo de marca, Finlandia ha actuado como colchón entre el este y occidente, con la permanente amenaza rusa de consecuencias si se incorporaba a la Alianza. El caso sueco es distinto, porque su neutralidad es fruto de una decisión consciente de su sociedad, no forzada por terceros, y que ha sido una marca de ese país durante muchos muchos años. Pues bien, tanto Helsinki como Estocolmo se levantaron con pánico ese maldito 24 de febrero y, al ver rugir los cañones rusos, corrieron a estudiar la petición de entrar en el seguro atlántico. Las opiniones públicas de esas naciones, reticentes a pactos militares, viraron por momentos en semanas y hace pocas se oficializó la petición de ambas naciones de incorporarse al club. Asombroso.
El que Turquía haya dado su brazo a torcer y ayer se anunciase, como prolegómeno de la cumbre, que ya no hay vetos para que las dos naciones nórdicas se incorporen a la OTAN ya hace de la reunión de Madrid un encuentro histórico, porque esas candidaturas muestran cómo ha cambiado el mundo en estos meses de guerra. Ucrania, con el permiso del llamado flanco sur, va a ser la gran protagonista del encuentro, y su guerra y sus consecuencias, el gran tema de debate. Las perspectivas de un conflicto largo, las cada vez mayores derrotas de las tropas de Kiev y del daño que las economías, especialmente las europeas, afrontan en el medio plazo, condicionarán la respuesta aliada a la amenaza que se ha levantado desde Moscú.
Mañana tengo un tema logístico y me tengo que coger el día. No habrá artículo en el blog.
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