Ayer Macron, Scholtz y Draghi viajaron a Kiev para volver a dar un mensaje de unidad europea y de apoyo a un Zelensky que ve como el este de su país es devorado por la milicia rusa, no tanto en una guerra de conquista como de arrasamiento. Sesiones de fotos, buenas palabras, promesas y compromisos de colaboración futura, todo muy deseable, pero poca concreción sobre la necesidad ucraniana de recibir armamento no sólo de precisión, sino de gran calibre. No me consta que ninguno de los visitantes comprometiera carros de combate que se encuentren en estado de uso o sistemas lanzamisiles poderosos, o cosas por el estilo. Las tropas ucranianas necesitan artillería y munición, y por ahora siguen sin ella. Y Rusia avanza.
¿Hasta dónde la foto de ayer es relevante o es un ejercicio de hipocresía? Es difícil contestar a esta pregunta, y sólo la evolución de los acontecimientos nos sacará de dudas, pero que hay algo de lo segundo es obvio. Las promesas de ingreso en la UE a una nación que antes de la guerra no cumplía casi ninguno de los requisitos referidos a la libertad de mercado o a la lucha contra la corrupción suenan a esos “te quiero” que muchas le dicen a uno pero se sabe que son cumplidos vacíos. Antes de la guerra nunca se había estudiado en serio las posibilidades de incorporar Ucrania a la UE por el inmenso reto económico y de legislación que eso supondría, pero es que ahora, con los combates a pleno rendimiento, y sin que se sepa cuál va a ser el destino del conflicto, todos los papeles que se firmen y los nombres que se le pongan al país (candidato, preadhesión, etc) son meras etiquetas sin valor alguno. La supervivencia del gobierno de Zelensky depende del curso de la guerra, la propia existencia del país y su viabilidad está en juego en esas batallas en el este, y las previsiones de que Ucrania pierda en torno a un tercio de su PIB este año de conflicto son una buena muestra de lo que puede quedar en el momento en el que, vaya usted a saber cuándo y cómo, la guerra se de por finalizada. Escucho incluso declaraciones de personas que saben mucho más que yo hablando de cómo sería una reconstrucción y quién la financiaría, y a la vez contemplo a la artillería rusa destruyendo sin cesar y cumpliendo las órdenes del kremlin con fiereza, en un esfuerzo que sólo se detendrá cuando Putin lo decida. Quién habla de reconstruir cuando el mero resultado de la guerra es desconocido es, simplemente, un irresponsable. Por eso encuentros como los de ayer, que poseen una evidente carga política, y que son también gestos de apoyo, son necesarios, pero de todos es sabido que así no se gana una guerra. Los tres presidentes que visitaron Kiev, y el resto de los que rigen los países de la UE, contemplan con miedo como la guerra agrava unas dinámicas económicas preocupantes y lleva a las poblaciones, que son las que les votan, a cabrearse a medida que los precios de todo suben y suben. Saben esos tres presidentes que el otoño invierno que se acerca será una durísima prueba de fuego para sus naciones, y que el aguante que muestren frente al oso ruso se traducirá en chantajes energéticos y más subidas de precios, generando protestas sociales y una recesión que se los puede llevar por delante. ¿Cuál es la fortaleza de cualquier mandatario democrático ante una revuelta provocada por disparos de precios? ¿Cuántos pueden aguantar unas encuestas que les den por derrotados? La fiereza occidental ante Rusia tiene el enorme talón de Aquiles de la debilidad económica y la presión de las sociedades, y eso el dictador ruso lo sabe, y actuará para maximizar esa falla en su propio beneficio. No quiere decir eso que Rusia no vaya a sufrir, lo va a pasar de pena, pero eso nada le importa a Putin y sus secuaces.
Pocos meses antes del inicio de los combates escribió Lluis Bssets en El País una columna titulada “Morir por Kiev” en la que se ponía en un escenario muy pesimista, que hoy en día ha quedado ampliamente superado por el horror de los combates, en la que se preguntaba hasta qué punto estarían nuestras opulentas sociedades a sacrificarse por Ucrania en caso de que las cosas se pusieran feas. Ya lo están, y no se si quiera si estamos preparados para pasar algunos meses sin calefacción, por lo que menos aún para dar nuestras vidas. Y sabe bien Zelensky que lo que hoy son mensajes de apoyo mañana pueden ser palmadas de traición por parte de los mismos gobernantes, que tratarían de salvarse como fuera. El tiempo lo dirá.
Subo el fin de semana a un tórrido Elorrio y me cojo el lunes festivo. El calor aflojará a partir del domingo.
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