Es el tema del aborto uno de esos pozos vidriosos en el que la ética, las convicciones y la moralidad laica o religiosa se estrellan ante una realidad que, para la mitad de la población, los hombres, supone un tema de mera opinión y para la otra mitad, las mujeres, un dilema y tragedia. Las discusiones sobre el tema son eternas y normalmente no llevan a ninguna parte, porque en seguida se topa uno con dilemas que le hacen dudar o posiciones dogmáticas de extremos no ya irreconciliables, sino opuestos hasta un punto en el que la posibilidad de un acuerdo es la misma que la de que hoy se pueda circular por el centro de Madrid. Muchas veces eludo el tema no para evitar mojarme, sino para recalcar la nula importancia tiene mi opinión en este tema.
La sentencia del Tribunal Supremo de EEUU del pasado viernes, que ya fue medio adelantada hace pocos meses en un movimiento nada habitual allí, rompe el derecho nacional que establecía una sentencia anterior, la Roe vs Wade, y deja en manos de los estados la legislación sobre el aborto, de tal manera que aquellos en los que las convicciones religiosas son dominantes se están apresurando a prohibirlo por completo mientras que en otros, de fe más tibia, van a desarrollar regulaciones que equivalgan a la que hasta ahora regía en todo el país. En la práctica, como aquí, en EEUU estaba en vigor no una ley de supuestos, sino de plazos, dejando libre el aborto durante los tres primeros meses de embarazo, y sólo permitiéndolo después casos de ineludible riesgo para la madre si el embarazo se lleva adelante. Ahora la cosa va a depender del estado en el que uno viva, lo que no deja de ser algo absurdo, y el mínimo consenso que existía sobre el tema, sometido a enormes presiones políticas y religiosas, ha saltado por los aires, dividiendo nuevamente a la nación entre estados penalizadores y despenalizadores. Si quieren mi opinión de fondo sobre el tema, y les aseguro que la vivo con dudas, soy partidario de la ley de plazos, porque creo que es el término de equilibrio entre los que ven el aborto como un mero sistema anticonceptivo (que no lo es) y los que consideran a la mujer como mero recipiente reproductivo una vez que se ha quedado embarazada (que tampoco lo es). Pero en mi opinión pesa, sobre todo, y en cada caso, lo que crea la mujer que, en ese momento, está embarazada, el cómo ha llegado hasta ese punto y lo que cree y quiere hacer. No animaría a nadie a abortar, tampoco a seguir con un embarazo no deseado. Nunca me he visto en una tesitura semejante, en tener que decidir, ni siquiera en la cercanía, sobre un tema tan complejo y feo, en el que una debe optar por seguir o no con la vida que surge en su interior y lo que opinemos el resto de poco le va a servir dado que la gestante es ella. En esto tiendo, cada vez más, a dejar libertad de acción a cada uno, y que la decisión que se tome sea libre y en conciencia, a sabiendas de que como cosa seria que es, será irreversible para lo uno y para lo otro. Más allá de la decisión personal y del trauma que eso supone, sentencias como las del Supremo de EEUU crean un problema social y económico, porque el aborto es una de esas cosas que pasaban, pasan y pasarán siempre, y ante las que cerrar los ojos se convierte en un ejercicio de hipocresía e injusticia supremo. Cuando en España estaba prohibido abortar, en décadas pasadas, las personas sin recursos lo hacían en la clandestinidad de medios y salud, con enormes riesgos y muertes más que seguras, mientras que las pudientes cogían un vuelo a países en los que estuviera permitido y realizaban el aborto en condiciones óptimas y con discreción. Nada había sucedido en la familia bien. Ahora en EEUU la cosa se parecerá a esto. Quien tenga recursos, quiera abortar y viva en un estado que no lo permita viajará a uno que sí y lo hará. Más de uno de esos viajantes mantendrá un discurso de cara a la galería contrario al aborto, pero en su intimidad, si llega a enfrentarse al dilema, deberá escoger y en algunos casos actuará conforme a sus ideas y en otros casos no. Y el que no tenga recursos no podrá desplazarse, y la clandestinidad y sus riesgos volverán a surgir.
Sentencias como estas suponen cambios en las decisiones de las personas, o más bien en las consecuencias de las mismas, porque reitero, esas decisiones se van a seguir dando. En un tiempo en el que las redes sociales han convertido la hipocresía y la falsedad en un movimiento de masas, hechos como el aborto, el divorcio, las relaciones homosexuales, la eutanasia, que siguen cargadas de estigmas por una parte de la sociedad, se van a seguir dando, porque cada uno de nosotros es único, posee gustos, afinidades, sentimientos, creencias y percepciones distintas de la vida, y pretender reglarlas, penalizarlas, es algo vano, condenado al fracaso. Espero que nunca me toque enfrentarme a un dilema abortivo. Nunca.
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