La secuencia es de las de nunca olvidar. En medio del disparo de precios de la luz, el PP pide al gobierno que rebaje adicionalmente el impuesto de la electricidad del 10% al 5%. El gobierno se niega, aduciendo motivos de todo tipo, incluso la imposibilidad legal para ello, y columnistas presionados por Moncloa escriben sesudos artículos justificando la negativa. El PP arrasa en las elecciones andaluzas y el PSOE sufre una derrota histórica. A los tres días, el gobierno anuncia la bajada del impuesto eléctrico del 10% al 5% y esta noche los sesudos analistas, que quieren sobre todo seguir cobrando de sus jefes, escribirán artículos loando esa medida y cantando todas sus ventajas.
Parece un chiste, pero no lo es, sólo es otra muestra de cómo estamos afrontando, de una manera patética, la crisis energética en la que nos hemos metido y que, no lo duden, se agravará aún más. Pero no se crean, ni mucho menos, que este tipo de comportamientos absurdos y desnortados se dan sólo en nuestro particular desgobierno, no. Vivimos en un continente atribulado, dependiente de la energía exterior, y que sigue sin tomarse en serio el lío en el que se ha metido por culpa de la guerra de Ucrania, y el chantaje ruso al que se nos va a someter. Quizás sea Alemania el ejemplo más perfecto de una nefasta política energética que ahora tiene a esa nación con la soga al cuello, sin que el gobierno de Berlín sea consciente de hasta qué punto su supervivencia y la paz social dependen del precio de ciertas materias primas. Años de lobismo bien engrasado por parte de las empresas rusas, de suministro fiable de un gas barato y cercano, de una seguridad en los stocks y en los bolsillos de los decisores han ido transformando la industria alemana, como no podía ser de otra manera, en “gasintensiva” por así llamarla, vía inversiones que tenían toda la lógica viendo los precios de mercado y las relaciones establecidas entre ambas naciones. A medida que los vínculos se estrechaban los costes de ruptura eran tan altos que actuaban como el mejor pegamento posible. Esto llevó a decisiones como el del cierre de las centrales nucleares germanas, que Merkel tomó tras el accidente de Fukushima (recordemos que hubo un terremoto y tsunami que a cualquiera le hubiese mandado al otro barrio, no fue estrictamente un accidente nuclear) lo que amplió aún más la dependencia del gas ruso. Ahora, al inicio del verano, con las reservas del país a medio gas, si se me permite el chiste, la cada vez menor presión que entra por los gaseoductos que siguen abiertos revela que Putin va a ir cerrando sus manos sobre el cuello germano que presiona con firmeza, y que la sensación de ahogo del país será creciente. Con el Sol en su apogeo y los días más largos del verano seguro que los germanos y resto de continentales no nos preocupamos de esto, sino de cómo sobrevivir a las quemaduras y a las resacas, pero llegará el final de agoto, el declinar de la luz y el inicio de los fríos, que allí son bastante más tempraneros que aquí. Y en ese momento a lo mejor el país central de la UE se da cuenta de que no tiene recursos suficientes para afrontar el largo invierno, que no hay gas para dar de comer a empresas, industrias, hogares, negocios, etc, y debe imponer una política de racionamiento, lo que significa pasar frío en casa, parar cadenas productivas, destruir empleos, etc. Y ese racionamiento puede ir a más si el chantaje ruso se agudiza, y Putin se harta de que apoyemos a Ucrania, y corta del todo el grifo y exige que nos rindamos, y que dejemos de apoyar a un Kiev que afrontaría su primer invierno en medio de las penurias de la guerra. Y el fantasma de la opulenta sociedad europea pasando unos fríos siderales en sus grandes hogares puede ser lo que arrase no sólo economías, que también, sino carreras políticas, que es lo que importa a los que mandan, porque de ellas, cobran, viven y mantienen a los que les apoyan para seguir en la brecha. Eso incluye también a los sesudos analistas que comentaba en el primer párrafo.
La decisión alemana de esta semana de reabrir centrales de carbón para mantener el suministro eléctrico ante un posible escenario de cortes de gas no es sólo un desastre medioambiental, que también, sino la mayor expresión posible del fracaso estratégico de esa nación, que empieza a saber que con renovables no se puede sobrellevar su invierno. Alemania no es Almería, y eso parece que empiezan a descubrirlo en Berlín. Salvo que todos los alemanes se instalen en invierno en nuestras costas (aviso, no caben) veremos salir otra vez hollín de viejas chimeneas renanas en un invierno de restricción, casas frías y de, al menos lo intentarán, nula autocrítica por parte de los irresponsable gobiernos europeos. El de aquí, el de allí y otros tantos.
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