Se supone que el giro sin explicación que hemos dado en nuestras relaciones con Marruecos, y que nos ha encarecido el gas argelino en tiempos de escasez, tenía como fin principal el de fortalecer la seguridad de nuestro flanco sur, que se llama Ceuta y Melilla de una manera mucho más comprensible que en términos de geoestrategia. Plegarse a los deseos del sátrapa de Rabat permitiría que asaltos crueles como los que vivió Ceuta el año pasado, y que a todos nos asustaron, no se volvieran a repetir. Más allá de teorías conspiratorias sobre el espionaje al móvil de Sánchez y del contenido robado, ese asalto alarmó a todo el mundo, y quizás fuera el órdago, el gran chantaje si ustedes lo prefieren, para forzarnos a virar en nuestra política. “Mira de lo que soy capaz de hacer si no nos llevamos bien“ pareció ser el mensaje emitido por Marruecos.
Por eso resulta incomprensible el asalto que tuvo lugar el pasado jueves noche y mañana del viernes sobre la valla de Melilla, porque algo así no puede suceder sin que las autoridades marroquíes, que son las que controlan el territorio aledaño, lo permitan o consientan. Un asalto protagonizado por miles de subsaharianos, negros provenientes del centro de África principalmente, que se escapan de sus naciones, tanto arruinadas como sometidas en muchos casos a violentos conflictos donde el islamismo yihadista es uno de los grandes protagonistas, y que en su camino al dorado de Europa se encuentran con Marruecos como gran tapón. Los campamentos de subsaharianos se encuentran en varias zonas del país magrebí, pero especialmente en su zona norte, en las montañas que están cerca de la costa mediterránea y de las dos ciudades españolas. No es este el primer asalto de este tipo que viven nuestras ciudades, pero sí lo es desde el volantazo extraño de nuestra relación con Marruecos, y desde luego es el más cruel y siniestro de los que se han dado en tiempos recientes, porque el balance de fallecidos que deja es estremecedor. Las fuentes son confusas, dispares, pero las dos docenas de fallecidos se superan en todo caso, y no pocas hablan de treintena. Un número de muertos insoportable y unas escenas, que hemos podido ver todos, grabadas desde el lado de la frontera marroquí, en la que se ve la despiadada brutalidad con la que la policía alauí trata, no, maltrata, a cientos de personas que acumula como fardos pegados a un recinto de enclaustramiento. Palos, golpes, arrojamientos… las escenas muestran un nivel de sadismo difícil de soportar, y uno se hace a la idea de que el balance de muertos va a ser más elevado de cualquiera de las que sean comunicadas por las autoridades marroquíes. Sabido es que escenas de este tipo son más frecuentes de lo que pesamos, sólo que no las vemos, y lo son porque es Marruecos a quién hemos subcontratado la seguridad de nuestra frontera sur, desde hace décadas, y ese país tiene un concepto de democracia y derechos humanos bastante similar al que se estila en la Rusia de Putin. Ojos que no ven, corazón que no siente, y Marruecos pone la mano dura que nuestras leyes, conciencia e hipocresía nos impiden ejecutar. De vez en cuando surgían disputas por el “precio” que abonábamos a Rabat y oleadas no previstas de inmigrantes llegaban a las costas españolas, peninsulares y de Canarias, procedentes de playas marroquíes en las que, sorpresa, la vigilancia había desaparecido. Reuniones sin focos en salas oscuras y un nuevo acuerdo, un nuevo “precio” y las oleadas de pateras desaparecían de la misma manera como empezaron, de un día para otro. ¿Salvajadas como la que hemos visto son lo que habitualmente hace Marruecos para controlar las vallas? Me temo que si no es algo tan brutal, sí se le parecerá. Como las dimensiones de este asalto han sido mayores que las pasadas la actuación policial marroquí también ha sido superior y el balance que contemplamos, desolador, será de lo más grande y horrendo que se ha dado en esa zona de la frontera en mucho tiempo. Pero, permítanme la expresión, si nos hemos bajado los pantalones delante de Marruecos es para evitar situaciones de estas, para que la vigilancia de la frontera y de su propio territorio impidan asaltos y la consecuente respuesta de seguridad. Además de horrendo, es incomprensible.
Y entre las cosas incomprensible asociadas a esta tragedia también se encuentra la absoluta frialdad de nuestro gobierno, que en palabras de Sánchez despachó este tema en la rueda de prensa del sábado tras el consejo de ministros extraordinario con la alabanza a las autoridades marroquíes y la atribución exclusiva de todas las culpas a las mafias que trafican con personas, que parte de culpa tienen, no poca, pero no son las que aparecen en los vídeos maltratando y, en la práctica, matando, a un grupo de personas que alfombran lo que parece un campo de reclusión. Si este es el fruto de nuestra nueva política de vecindad con Marruecos, si esto es de lo que nuestro gobierno se muestra orgulloso, es para mandarles a todos nuestros dirigentes a l otro lado de la valla, no al nuestro, y que allí se las apañen
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