La FED, Reserva Federal de EEUU, su banco central, ya anunció hace meses que cambiaba de rumbo en su política monetaria, consideraba a la desatada inflación como un problema enorme y nada coyuntural y que sería agresiva en sus subidas de tipos para provocar que los precios, al menos por el lado monetario que le toca, no tuvieran presiones. Mostró a propios y extraños un calendario de subidas previstas, con escalones de medio punto porcentual, 50 tipos básicos en el argot, que se mantendría en el tiempo hasta alcanzar tasas de interés superiores al 3% o, en todo caso, hasta que se viera que la tempestad inflacionista amainase. A algunos les cogió este anuncio con el pie cambiado, pero la mayoría lo esperaban.
La decisión de ayer de subir tres cuartos de punto los tipos, setenta y cinco puntos básicos, esconde muchas lecturas, y no precisamente positivas. Llega después de unos días de infarto en las bolsas, con abruptas caídas ante el disparo de precios y el temor a que una recesión se acerque, y en principio ayer esas mismas bolsas acogieron con optimismo las palabras de un cauto y muy sincero Powell, el gobernador dela FED. En su rueda de prensa, muy comprensible para lo que son esos mensajes, dijo que el mismo lunes la FED filtró al Wall Street Journal que la subida prevista de 0,5% se ampliaría ante un repunte de precios que no cesa, y reiteró que las siguientes subidas anunciadas en el calendario de que antes les hablaba pueden ser más duras de lo previsto porque la situación en los precios se agrava, por duración e intensidad de subida. Sobre todo, en sus palabras, Powell dejó claro que no tiene nada claro dónde nos encontramos, que resulta imposible en el contexto actual de enorme inestabilidad hacer previsiones fiables sobre el devenir de las economías en un escenario a corto medio plazo, y que sólo le obsesiona tratar de controlar los precios. Muchas de las preguntas que recibió iban destinadas a aclarar hasta qué punto la FED ha podido perder el control de los mercados y de los precios, y cómo eso puede afectar a la credibilidad de sus actuaciones. Durante los últimos años ha cogido un enorme peso el concepto de “forward guidance” en lo que hace a las actuaciones de los bancos centrales, que podría traducirse de manera chapucera como “credibilidad” o como “no vamos a dar sorpresas”. Esas instituciones anuncian su rumbo de actuación a un tiempo dado y así el resto de agentes saben a qué atenerse, y actúan como un faro que permanece firme independientemente de los vientos de cada día o momento. Esa credibilidad y aura de firmeza se gana con los hechos y los resultados, y hasta ahora, con el monstruo de la inflación dormido, se ha podido llevar a cabo, pero a unas tasas de incremento de precios del 8% no hay política ni guía que se sostenga. De sus palabras se desprende que Powell va a hacer todo lo posible para que esos precios bajen, y si para ello tiene que provocar una recesión en los EEUU, lo hará, a sabiendas del coste enorme que eso tiene en todas las dimensiones que uno pueda imaginarse. Sabemos que la inflación que sufrimos tiene causas monetarias, fruto de pasados planes de expansión para superar las graves crisis pasadas, y también reales, por la disrupción en la cadena global de suministro y el chantaje energético al que Rusia somete a occidente como arma en su guerra con Ucrania. La FED y el resto de bancos centrales no pueden bombear crudo, ni construir plantas de licuefacción de gas ni hacer que los gaseoductos cerrados se abran, sólo trabajan con variables monetarias, de efectos indirectos y a medio plazo. Y los saben. Pero sería de una irresponsabilidad absoluta no hacer nada en este momento en el que nuestras sociedades se enfrentan a una espiral de precios tóxica, que puede llevarnos a una crisis que nos es desconocida, y que sólo a los que hayan vivido los primeros ochenta como adultos les sonara. ¿A que no mola tanto este revival del pasado?
Si la FED tiene un problema, ni les cuento nuestro BCE, que suma al escenario norteamericano el de la fragmentación de los tesoros nacionales, la asimetría en los niveles de deuda y de la credibilidad de los bonos soberanos. Ayer en Frankfurt se organizó una reunión de urgencia, de la que salieron varias intenciones pero pocos resultados, para tratar de calmar el mercado de deudas europeas, cuyas primas de riesgo periféricas empiezan a subir como viejas y corrosivas espumas. A medida que los costes de financiación de la deuda crezcan (nuestro bono a 10 años ya está en el 3%) la presión por ese lado irá subiendo, y en el pasado sólo Don Mario Draghi y su “whatever it takes” nos salvó de la quiebra. Confiemos en que no volvamos a vivir algo así, pero es posible que suceda, no lo olvide.
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