El año pasado tuvo lugar una edición de bolsillo de la feria del libro, por hacer un símil editorial. No tuvo lugar en sus fechas habituales, estas en las que nos encontramos, sino en septiembre, y para tratar de contener aforos en medio de las restricciones que aún estaban vigentes se limitó el espacio y se establecieron controles de entrada y salida. Eso originó colas constantes, especialmente los fines de semana, e incomodidades varias, pero lo cierto es que, de una manera extraña, se pudo celebrar, y las ventas, aunque limitadas, supusieron un regalo para libreros y demás pertenecientes al gremio de lo impreso.
En este 2022 de recuperación de la vida real tras la victoria de las vacunas sobre el Covid la feria del libro se desarrolla en sus fechas habituales y ocupa toda la extensión que le ofrece el recinto del parque del retiro, sin estar ni restringida ni acotada. Y la sensación es que todo marcha viento en popa a toda vela. Las marabuntas que se veían los fines de semana hasta el año 2019 se han repetido y, si me apuran, aún son más exageradas. Se ha establecido un cupo para ciertas firmas de autores muy demandados, de tal manera que se asignas trescientos o cuatrocientos pases, creo, a primera hora, para evitar que sean miles los que hagan cola, pero lo cierto es que las colas que los más vendedores de la feria originan superan en volumen a esas cifras, llegando a provocar colapsos en la organización. Quizás piense usted que, en la feria, dado que de libros se habla, sean los escritores consagrados los que suscitan ese fervor de las masas, pero no, no es así. Más allá de superventas que trabajan en géneros tan en boga como el policiaco, y que arrastran mucho público, son la televisión y, sobre todo, las redes sociales, las que arrasan y llevan a hordas de seguidores al parque. Este fin de semana tuve que buscar más de un nombre por internet para saber quién era la persona que tenía esa cola tan larga, que tanta pasión despertaba, y en su mayoría eran youtubers o tiktokers. En esta edición han aumentado las casetas separadas dedicadas exclusivamente a firmas multitudinarias, para tratar de evitar el caos que las masas pueden generar en la actividad de las casetas normales y aledañas, y ese es el hábitat en el que esos “influencers” palabra que no me gusta nada, viven como si fuera su hábitat natural. Chavalería desatada con padres que financian la compra se arremolinan sin cesar de presionar a unas casetas y tenderetes donde alguien que no me suena de nada firma libros sin parar de hacerse fotos con sus fans y despertando un nivel de pasión equivalente al de cualquier grupo musical de antaño. Puro fenómeno fan provocado por las redes sociales ¿Esto es bueno o malo? Simplemente es, la realidad es así, y juzgarla no sirve de nada. Las editoriales son negocios que tienen que cuadrar sus cuentas y obtener un beneficio para poder pagar a empleados y sufragar costes. Puede que las ventas de estos personajes de internet sean algo anómalo, y lo que escriben esté tan alejado de la literatura como la política actual de la decencia, pero es evidente que son un nicho de negocio imposible de eludir, y creo que muchas editoriales los ven como la vaca que les permite sobrevivir y así editar a otros autores que sí son literatura, pero que, casi siempre, no son el gran negocio. Si las ventas de unos permiten publicar los trabajos de otros el negocio es bueno para ambos y cada público tiene lo que demanda, y así todos estamos contentos. El que escribe libros literarios sabe que su público va a ser menor, que no va a tener masas que le agobien ni decenas de grupies con las que soñar eróticamente (sí, sí, desengáñese) y quizás mire con indisimulada envidia el efecto que provoca el imberbe que sube vídeos a la red o la guapa que arrasa en ventas con un texto sobre consejos de, no se, maquillaje, por decir algo, pero así es el mundo. El autor, que en su caseta está firmando de manera ocasional, no podrá evitar la envidia, pero si esas masas pagan el coste de su edición, la sonrisa llenará su vida.
En general, salvo excepciones, que para todo lo hay, siempre ha habido una disyuntiva entre calidad literaria y superventas, y soy de los que no se ven afectados por el número de ejemplares que alguien vende para determinar si lo considero bueno o no. Stephen King vende barbaridades y me parece un autor brillante, merecedor de todos los premios posibles. Otro que viven en un nicho muy pequeño y exclusivo me pueden resultar aburridos o no decirme nada. No soy dogmático en ese sentido. Reconozco que se me escapa lo de los libros de las estrellas de las redes sociales, pero entiendo el negocio que hay montado en torno a ellos, y sería estúpido por parte de las editoriales no sumarse a él. De todo hay en la feria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario