Mónica Oltra debió dimitir hace mucho tiempo. Por lo menos desde que su marido fue condenado por el sucio caso de abusos a una menor tutelada que le llevó a juicio y las acusaciones sobre ella por el encubrimiento del caso no dejaban de crecer. Por su puesto que no lo hizo. Tampoco en las muchas oportunidades que le surgieron a medida que los trámites judiciales del caso avanzaban y se estructuraba una causa viable. No. Cuando llegó el momento de la imputación por parte del Supremo valenciano, aforada ella para tirar de privilegios que a otros criticaba, no sólo no dimitió, sino que lanzó acusaciones a todo el mundo con el máximo orgullo posible, y tras ello se fue al día siguiente a una fiesta de partido a bailar. Con un par.
No me interesaba mucho la figura de Oltra en el pasado, pero con el tiempo le he ido cogiendo un repelús bastante levado, porque es verosímil la acusación que cae sobre ella, de que sabía lo que hacía su exmarido con la niña abusada y trató de ocultarlo para que no le perjudicase en su exitosa carrera política. Tendrá que ser un juez el que determine si finalmente las pruebas respaldan esa acusación y Oltra es condenada o no ve indicios y da carpetazo al caso. Pero en esta historia lo más importante, lo realmente importante, no es Oltra, su cargo político, su carrera en el proceso de trepa administrativa y la relación entre Compromís y el PSOE valenciano, no. Aquí lo importante es la niña, la cría que sufrió los abusos, la menor con la que alguien, ya condenado en firme, se sobrepasó y tomó como cosa para su disfrute. ¿Alguien ha dicho una sola palabra de apoyo dedicada a esa niña? ¿Algún cargo del gobierno de la Generalitat la ha defendido? ¿Algún cargo del gobierno nacional se ha preocupado lo más mínimo por ella? ¿Alguien le ha considerado “hermana” y le ha protegido o amparado? Un no enorme, o un silencio equivalente está detrás como respuestas a estas crueles preguntas, crueles por lo que esconden, y es la valoración del delito en función de los intereses políticos. Es algo tan obvio, sencillo y cruel como nauseabundo, y la regla de oro es que resulta delictivo lo que hagan aquellos que no pertenezcan a mi partido, sea lo que sea, y no lo es lo que hagan los de mi partido o, en extenso, mi ideología. Lo vemos muy bien a diario en el caso de las corruptelas políticas. Para el PP sus casos demostrados de latrocinio son conspiraciones frente a las obvias mordidas del resto de partidos, mientras que para los de izquierdas las investigaciones de corrupción que les afectan no son sino cortinas de humo para tapar el pozo mafioso que exhala sin cesar de una Génova tóxica. Este juego es cutre, chabacano, desmoralizante, todo lo que ustedes quieran, pero se trata de dinero en todo caso, de dinero que roban unos mangantes que unas veces lo cobran con rosas en el puño y otras con charranes en el logo, pero mangantes de tres al cuatro, vulgares estafadores. En el caso de Oltra estamos ante algo mucho más serio, el abuso sexual a menores, un delito infame por el que en cualquier sociedad civilizada las penas que se imponen carecen de atenuantes y el desprecio que genera en el entorno del abusador es radical y compartido. Pero no, el cálculo político vuelve a ser el mismo, como si los niños fueran fajos de dinero con los que se pudiera traficar. Si la acusación de delito de abusos me perjudica como formación política, haré lo posible para ocultarla, para disimularla, forzaré a mis medios afines para que no hablen de ello, para que lo minimicen, para que saquen artículos donde me cubran, que para eso los lleno de subvenciones públicas. Y desde luego, ni agua a la víctima. Que no hable, que se mantenga escondida, que se le haga la vida lo más difícil posible, que no reciba ayuda alguna por parte de entidad pública que esté bajo mi control, que se pudra y sea sepultada. Que ONG, movimientos y demás plataformas de relevancias social la traten como apestada y nunca jamás se le de el más mínimo respaldo. Esa víctima es una molestia, y como tal debe ser tratada. Ya sí se aplica el manual de la política ante los abusos sexuales.
¿Es esa “hermana” que ha sufrido abusos de las mías, y el delincuente no? Entonces todos con ella, a defenderla a muerte, a conseguir condena social y máximo oprobio para el abusador. ¿Esa “hermana” no es de las mías, y el delincuente sí? Pues entonces a darle la espalda a la víctima, a orillarla, a condenarla a ella por ponerse en medio de la carrera de una “progresista” que lucha por la justicia social. Quizás me haya quedado la columna de hoy demasiado maniquea, pero leer ayer por la noche a la presunta ministra de igualdad poner un tuit en defensa de Oltra y no haber hecho nada, nunca, en todo este tiempo, por la víctima de este caso es motivo no de dimisión de Montero, que me da igual, sino simplemente de desprecio moral hacia su persona. Así lo veo.
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