Era fácil predecir el resultado de las autonómicas andaluzas del pasado domingo, al menos tanto como lo fue el de las madrileñas de hace un año. Por vías muy distintas, parecía obvio que el PP iba a ganar, y al menos está vez los palmeros del PSOE no negaban los signos que parecían hacer evidente ese resultado. Instauraban una política de contención de daños y rezaban para que Vox convirtiera la victoria de Juanma en una pesadilla diaria. Pocos, aunque los había, auguraban mayoría absoluta al PP, pero la gran parte de los opinadores, medios y este que les escribe pensaban que, aunque no sería algo asombroso, una mayoría absoluta se antojaba muy difícil. Huelga decir que no hubiera acertado de hacerse una porra. Casi nunca acierto.
El arrase de Juanma, que ha eclipsado las propias siglas del PP, ha sido ya glosado por todos pasados ya casi dos días del resultado electoral, pero de las derrotas se habla menos, y sin más numerosas. De hecho son todas las demás. El desastre que han sufrido el resto de partidos va desde un malherido PSOE, que yace en la lona tras recibir el peor resultado de su historia en el que ha sido su feudo, a un Ciudadanos que ya ni yace, sino que fallece. Y entre medias partidos que esperaban conseguir más y se han dado un sopapo y otros que tuvieron mucho y no han cosechado casi nada. Lo que más alegría me ha proporcionad de los resultados ha sido el fracaso de los populistas, que es una señal de cordura del electorado andaluz y de desprecio a esos movimientos que dicen que les van a solucionar sus problemas cuando realmente sólo buscan crear nuevos. Tres eran las formaciones populistas que se presentaban a estos comicios. Por la extrema izquierda, una amalgama de partidos y siglas que se odian entre ellos que acabaron conformando dos candidaturas y media; Adelante Andalucía, con Teresa Rodríguez, rebotada de Podemos, con aires de nacionalismo andaluz y, por otra parte, el conglomerado podemita errejonista, izquierda unida etc, que no llegó a firmar la candidatura de manera plena y que ha hecho una campaña con la presencia parcial de los líderes morados, de Errejón, que es odiado por los morados, y Yolanda Díaz, que quiere sumar para ella misma y nadie más. En las pasadas elecciones estas formaciones fueron juntas (es un decir) y sacaron 17 escaños. Esta vez, separadas han conseguido dos la rama nacionalista y cinco el bosque de siglas, lo que es un fracaso estrepitoso. La noche electoral las portavoces de ambas formaciones realizaron un ejercicio descarado de no asunción de la realidad y trataron de ocultar de manera cutre el desastre de lo cosechado. No llegaron al nivel de ridículo mostrado por Adriana Lastra, pero es que para alcanzar semejantes cotas de ignominia no todo el mundo vale. Por el lado de la extrema derecha se presentaba Vox, con encuestas favorecedoras que le elevaban hasta cotas de 20 escaños desde la más o menos docena que alcanzó en su anterior comparecencia. Los de Abascal cogieron como candidato a Macarena Olona, una mujer incompetente en sus discursos, que sólo sabe insultar y decir barbaridades a cada momento con un tono entre mesiánico e institutriz de rígido internado. La polémica sobre su inscripción en Salobreña para poder concurrir en listas ya anticipó la chapuza de su candidatura, y el resto lo hicieron juntos ella y su partido. Con un discurso donde el concepto de rancio se quedaba muy corto para describir lo que se oía, Vox, daba vergüenza ajena a propios y extraños con unas declaraciones en las que la chulería, la mentira y la soberbia se mezclaban con un casticismo casposo que dejaba en modernista al NO DO de los años sesenta. A medida que avanzaba la campaña la candidatura de Olona se desdibujaba entre los errores propios y los postulados de una marca que, como colofón, invitó a la líder de “Fratelli de Italia” que hizo un discurso puramente neofascista. El resultado de Vox, dos o tres escaños más de los que tenía, ha sido una enorme frustración para sus expectativas y les ha dejado en la total irrelevancia. Fracaso absoluto.
PSOE y Ciudadanos muestran las otras dos versiones de la derrota. Los que han mordido el polvo pero aún existen, y dentro de bastantes años puede que vuelvan al poder cuando se reconstruyan como marca, ideología y renueven cesarismo, y los que han sido barridos de la existencia y no tienen opciones de sobrevivir. La cara de duelo de Juan Marín, el que lo perdió todo, y no se lo merecía, es la más cruel de las vistas la noche del domingo, y sin duda la más injusta. Ojalá las tres formaciones populistas hubieran sacado esos cero escaños que acabaron brillando en el casillero naranja, pero así es la política. Y en la distancia, desde su trono, Juanma ya lo observaba todo, con la sensación, cierta, de haber hecho historia local en Andalucía.
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