La orden con la que entraron el sábado los milicianos de Hamas en Gaza era sencilla; capturar algunos rehenes y matar a todos los demás que pudieran que encontrasen a su paso. La logística para mantener a los capturados es más complicada que la que hace falta para ejecutar, por lo que es de suponer que una vez que se alcanzó un número de capturados relevante, más de la centena que se supone están en sus manos, el exterminio es lo que predominó. Hay aldeas cercanas a Gaza donde el reguero de cadáveres que las cubren supone bastante más del diezmo de su población. Hombres, mujeres, niños, da igual, la idea era matar al mayor número posible.
Y fue en el festival musical por la paz, cruel ironía, que se celebraba en una zona desértica no muy lejos de allí, donde el empeño asesino de Hamas encontró su expresión más vasta y cruel. No se cuál era el motivo exacto de la organización del festival, ni si aprovechaba las fiestas judías de esos días para celebrarse, pero lo cierto es que en el desierto, cerca de la zona sur de la frontera con Gaza, se celebraba algo parecido a una rave de esas que se dan en la zona mediterránea de nuestro país, con una gran concentración de jóvenes de todas procedencias, muchos de ellos extranjeros, que estaban disfrutando de un festival musical con carpas, DJs, bebidas y toda la parafernalia habitual en estos casos. El lugar de encuentro carecía de infraestructuras propias, por lo que he visto en las imágenes, más allá de algunos arbolados, por lo que la organización debía trasladar allí todos los tinglados portátiles y los fiesteros debían acudir en coche por carreteras que atraviesan zonas desérticas. Aunque ya desde el sábado se sabía que algo grave había sucedido en el festival, no fue hasta ayer por la tarde cuando se pudo concretar la magnitud de la tragedia. Han empezado a verse vídeos de algunos de los supervivientes que estremecen, tanto por lo que se ve como por lo que no, y por lo profundamente absurdo de la situación. Casi todos ellos comienzan con escenas de amistad etílica y chunda chunda de fondo, en la habitual situación de juerga diaria de estos encuentros. De repente, empiezan a aparecer sujetos altos, grandes, vestidos con ropas de camuflaje, que empiezan a ordenar a algunos de los bailantes para que se aparten o dirijan a un lateral. Por un momento es como si se tratase de personas de la organización del evento que intentan poner un poco de orden en el caos. Uno ve las escenas y sabe que esos terroristas ya están cazando presas, seleccionando a aquellos que van a secuestrar, y se han encontrado con un festín de posibles rehenes, el paraíso del islamista depravado. Las grabaciones se empiezan a volver nerviosas, a dar saltos, seguramente porque los que las realizan perciben que algo no es normal, que esos que han aparecido no son de organización alguna, y en un momento dado se empiezan a escuchar tiros, la imagen salta y los que graban lo hacen mientras corren, buscando donde esconderse de lo que no entienden pero que ya les genera pánico. Los gritos se suceden, las tomas se convierten en forzadas, oblicuas desde posiciones de resguardo en las que se escuchan sollozos, gritos desgarradores y se intuye que el mal ya actúa sin freno. En algunos vídeos se ve a amigos de los que graban que ya muestran heridas de disparos, piernas llenas de sangre, intentos de torniquete en coches o junto a árboles mientras se perciben carreras de fondo y la psicosis desatada. Y disparos, y más disparos. Y el que ve el vídeo sabe que por cada disparo al menos muere uno de los que estaban en el festival, y más y más disparos, como una incesante banda sonora que sólo los chillidos ocultan de cuando en cuando, cada vez menores, más lejanos.
Muchos de los que huyeron trataron de llegar a los coches en los que habían venido para largarse, pero algunos terroristas de Hamas les esperaban, y allí, en sus vehículos, los ejecutaron. Lunas perforadas, algunos coches quemados, cadáveres esparcidos en las cunetas, cientos de muertos, 260 según los últimos balances, un Bataclan al aire libre ejecutado con el sadismo más absoluto frente a la inocencia e indefensión. Una matanza sin nombre, un crimen monstruoso, desarrollado con la frialdad del asesino absoluto que no ve ante sí semejantes, sino objetos a eliminar. El sábado 7 de octubre se produjo una carnicería difícil de imaginar en el desierto israelí, cerca de la frontera de Gaza, que pasará a los anales de la infamia de nuestra historia humana.
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