A los pocos días del ataque de Hamas sobre Israel, y a medida que se disparaba la tensión internacional, muchos pensamos en que una de las derivadas más obvias de todo lo que estaba sucediendo era la de que el riesgo de atentados terroristas en Europa de corte yihadista se iba a disparar. Llevábamos un tiempo con esa amenaza medio olvidada, arrinconada, y sólo cuando alguna célula durmiente era desarticulada lograr escalar como noticia en la escaleta de los medios, pero hechos como el 11M, el ataque en las Ramblas o lo sucedido en Bataclan siguen en la memoria de muchos como hitos de un horror que era inimaginable entre nosotros.
Tristemente la realidad se ha encargado de convertir en exitosa esa agorera previsión, y fue en Francia, uno de los candidatos claros, el primer lugar en el que el terrorismo golpeo, con un ataque con cuchillos en el que un radical checheno asesinó a un profesor de instituto en Arras, al norte del país, e hirió a otras personas del colegio en el que tuvieron lugar los hechos, que es también donde estudió el autor del atentado. Este sábado se cerraron el Louvre y Versalles por amenazas de bomba que resultaron ser falsas, pero que lograron que la intranquilidad que existía en París se materializase en escenas de nerviosismo durante el desalojo del gran museo de la ciudad. El coste económico para el turismo galo aún será insignificante, pero empieza a surgir una sombra en este sentido, y no sólo allí. Ayer, en Bruselas, otro de los lugares donde el islamismo encuentra un refugio de difícil comprensión pero muy efectivo, un terrorista mató con una escopeta a dos aficionados suecos que, junto a varios miles, estaban en la ciudad para contemplar una cosa de esas de pegar patadas al balón que se celebraba entre las selecciones de ambas naciones. El atacante logró huir del lugar del crimen, no sin antes haber sembrado de alabanzas a Alá la escena macabra que había generado y grabarse en un vídeo diciendo que la defensa de la fe es lo que el creyente debe hacer sobre todo, y demás parafernalia integrista. Desde anoche Bruselas está en alerta terrorista máxima, entre otras cosas porque el asesino aún no ha sido detenido, y Francia también ha elevado notablemente la alerta de su personal de seguridad. Es el país galo el que ha sido objeto de los mayores atentados de este tipo, y es la nación europea que concentra la mayor comunidad judía y musulmana, por lo que las opciones de que se produzcan incidentes y ataques hacia los intereses israelíes es, a priori, más alta. Pero lo cierto es que toda Europa está ahora mismo empezando a entender que la amenaza yihadista puede volver a golpearla al calor de lo que está pasando en la franja de Gaza y la efectiva propaganda con la que Hamas e Irán explotan la actuación desatada de Israel, y eso antes de que se haya producido una entrada militar como tal sobre el territorio. En las calles y parque de nuestras ciudades permanecen los objetos que, como obstáculos, fueron colocados por parte de los ayuntamientos para impedir que suicidas con vehículos pudieran lanzarse contra la población. El horror que se vivió en el paseo de los ingleses de Niza hace algunos veranos, cuando un islamista con un camión asesinó a más de ochenta personas hizo imprescindible tomar medidas, y ahora las zonas peatonales tienen grandes macetas o similares, decorativas o no, que permiten el paso de vehículos si fueran necesarios, pero les obligan a realizar un incómodo zigzag, por lo que no se pueden lanzar a la carrera en ningún caso. Son medidas de seguridad pasiva pensadas para minimizar los daños que pueda cometer algún suicida, pero que no los eliminan por completo. Dificultan su acción, disuaden parcialmente.
A lo largo de este fin de semana, paseando por el centro de un Madrid abarrotado, me ha dado la sensación de que he visto más policía de lo normal, pero eso puede ser eso, una sensación de un testigo que no tiene valor alguno. Sí imagino a los responsables de seguridad de nuestro país y al del resto de naciones europeas empezando a movilizar recursos, a extremar las precauciones ya volver a ponerse en un estado de alerta vigilante como no se veía desde hace algunos años, porque la amenaza vuelve, y es de esperar que sea más intensa cuanto más dure y más cruel se vuelva la guerra entre Israel y Hamas. Crucemos los dedos, pero me temo que tendremos desgracias por delante que narrar.
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