Si recuerdan, durante el encierro del Covid, se decía por parte de no pocos que el mundo sería muy distinto tras aquello, que la sociedad y las ciudades cambiarían radicalmente, y bla bla bla. Superada la pandemia, apenas nadie recuerda a los fallecidos y los únicos restos visibles de aquello son algo de teletrabajo, la sobreabundancia de mochilas en el metro que golpean sin cesar a los que no las llevamos y más pagos con tarjeta que antes. Un impulso a la digitalización social que ya venía con fuerza y poco más, la verdad. Bueno, y la tecnología de ARN mensajero, el gran logro que permitió derrotar al Covid en tiempo récord y ha venido para quedarse.
Ayer, en un acto de justicia rápida, el comité Nobel otorgó el premio de medicina a Katalin Karikó y Drew Weissman, creadores de la tecnología que permite editar cadenas de ARN mensajero que pueden incorporarse a las células humanas para ser utilizadas con fines prediseñados. Esta tecnología, que es bastante reciente, no fue valorada en su momento ni por la comunidad científica ni por las empresas farmacéuticas, que la veían como una rareza. Para sus descubridores, en especial para Katalin, supuso un grave problema en su carrera profesional, que a punto estuvo de descarrilar al no contar con apoyos para desarrollar estas investigaciones, pero en un sorprendente giro del destino, apareció una nueva enfermedad, la Covid 19, y entonces se vio que lo que estos científicos habían desarrollado era una posible vía para combatir el virus. Creando la cadena de ARN a medida para replicar la espícula del virus y un envoltorio graseoso que fuera capaz de transportarla hasta el interior de las células humanas, era posible que estas células pudieran fabricar espículas en su interior, sin carga viral alguna, y así permitieran al sistema inmunitario detectarlas como anómalas y combatirlas sin la enfermedad asociada al virus del Covid. Se podía hacer que el cuerpo aprendiera a luchar contra la clave que permitía al virus acceder a nuestras células y atacarlas. ¿Y qué es eso? Sí, una vacuna. Las clásicas se basan en versiones atenuadas de los virus, que nos hacen pasarlo mal pero sin exageraciones, y sirven para que el sistema inmunitaria desarrolle defensas para cuando la versión libre del virus, más peligrosa, nos aborde y podamos hacerle frente. En este caso la técnica es muy distinta, revolucionaria, pero el efecto es el mismo, mostrar a nuestro sistema inmune lo que es un enemigo y entrenarlo para que lo ataque y así nos defienda. La simpleza del virus del Covid, frente a otros como el del SIDA, permitió a los laboratorios realizar la secuenciación de sus bases de ADN y proteínas a alta velocidad, y con esa información, laboratorios de todo el mundo se pusieron a trabajar a toda velocidad buscando el fármaco que nos salvase. Las empresas Moderna y Pfizer apostaron, con mucho riesgo, por esta tecnología de ARN de Karikó y Weissman sin tener nada claro cómo iba a funcionar, porque era la primera vez que se intentaba usarla ante una enfermedad real. Los resultados preliminares de las vacunas de este tipo, publicados en otoño del año 2020, cuando ya se elevaba la segunda ola de contagios en occidente, eran fabulosos, con efectividades del 95% en las pruebas realizadas, un grado de éxito muy superior al que se había alcanzado en cualquier otro tipo de experimento vacunal en sus primeros estadios. Tras conocerse esa noticia las bolsas de todo el mundo rebotaron con mucha fuerza, y ese día fue el del principio del final de la pandemia, porque por primera vez sí existía un remedio. Recordemos, no una fuente de inmunización, no, pero sí una manera de convertir lo que era un asesino con un porcentaje de letalidad elevado y sin cura en un proceso gripal de tasas de mortalidad muchísimo más reducidas. Esta vacuna disparaba las posibilidades de supervivencia, hundía los casos graves y permitía descongestionar los hospitales. Era casi un milagro…. Bueno, no, era ciencia básica aplicada con un resultado exitoso.
La tecnología de Karikó y Weismann ha salvado millones de vidas, imposible saber exactamente cuántas, ha permitido que la pesadilla del Covid se pasase en un par de años, logró devolver las economías a la vida y a nuestras sociedades a la normalidad normal, no a la tontería esa que se decía de la nueva normalidad. Gracias a ellos la pesadilla pandémica quedó atrás, y los que nos hemos inmunizado con sus vacunas, en mi caso triple Pfizer, les debemos mucho, y mucho más por el hecho de que nuestros mayores, pongo aquí a mi madre, se inmunizasen antes y fueran los primeros en pasar del miedo a la esperanza. Esa tecnología de ARN puede ofrecernos vacunas para males que ahora nos afligen a diario, pero ya nos ha salvado de un horror real. Millones de gracias a los premiados y a todos los que han hecho posible ese logro.
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