La peste del populismo es, quizás, la mayor enfermedad que viven nuestras democracias. Un narcisismo exacerbado por parte de los que se creen en posesión de la verdad lleva a la ruptura de los consensos, a la división irreconciliable y a la decadencia. En España estamos sobrados de este tipo de sujetos, que se visten de distintas ideologías y marcas, pero que no son sino expresión de sus fobias y paranoias. Unos y otros condicionan las opciones de gobierno real, y entre medias, la mayoría de la población, asiste harta a un agotador ruido del que no se quién puede disfrutar. Como consuelo, muy triste, en muchas otras naciones están igual.
Ayer, en EEUU, el país más poderoso del mundo, el que sostiene el entramado global que conocemos y, a cambio de ser sumisos a sus designios, nos permite vivir como lo hacemos, se produjo un hecho que es dañino para ellos, que supone un dolor autoinflingido de manera absurda, estúpida, y que sólo beneficia a naciones como Rusia o China, que aspiran a que EEUU abandone el poder que detenta. El presidente de la Cámara de Representantes es algo parecido a nuestro presidente del Congreso, pero con muchas más atribuciones, y con un papel determinante a la hora de impulsar proyectos y que se aprueben. Suele ser elegido por el partido mayoritario en la Cámara y, en caso de no coincidir con el presidente, como sucede ahora, se convierte en un líder político nacional en aquel país y en la voz real de la oposición. El actual ocupante del cargo, Kevin McCarthy, trumpista por conveniencia pero no por convicción, logró ser elegido en enero tras quince votaciones en las que el sector más trumpista de los congresistas republicanos, una facción de un radicalismo ideológico y social digno de estudio, no dejaba de rechazarle por considerarlo demasiado blando. Al final McCarthy logró el cargo tras prometer cesiones a esa ala populista que, en su mayor parte, no ha cumplido, entre otras cosas porque son imposibles y porque no está de acuerdo con ellas. Si ha alentado la apertura de un juicio político contra Biden a cuenta de los delitos presuntamente cometidos por su hijo, pero en otros aspectos se ha mostrado conciliador con los demócratas. Lograron conjuntamente alcanzar un acuerdo para levantar el techo de deuda a principios del verano y, el pasado sábado, casi fuera de plazo, una prórroga presupuestaria para impedir el cierre del gobierno federal. Esto ha exaltado por completo a los populistas, hartos de lo que consideran un pusilánime negociador, y ayer presentaron una moción para destituirle. Los demócratas, que no tienen posibilidad de alcanzar el cargo con sus votos, vieron con asombro cómo el ala trumpista de los republicanos les otorgaba la oportunidad de quitar poder al partido rival y, obviamente, no desaprovecharon la oportunidad. En la votación de ayer tarde, noche en España, creo que fueron siete u ocho los congresistas populistas que votaron en contra del representante de su partido, lo que sumado a los votos demócratas supuso que, por primera vez en la historia de los EEUU, el Congreso de aquel país destituye a su presidente. Es un hecho sin precedentes en la historia política de la nación y supone un nuevo golpe a otra institución clave para la gobernanza de la nación, que ahora queda en funciones y sin capacidad de poner en marcha iniciativas (no exactamente, pero como si fuera la Diputación permanente de nuestro Congreso entre procesos electorales). Ha sido mucho más fácil echar a McCarthy de lo que fue nombrarlo, lo que hace suponer que lograr un consenso entre las facciones republicanas para que un nuevo candidato sea reelegido se antoja difícil. El tiempo en el que la cámara esté en funciones es perdido, de bloqueo, de inacción, de desgaste, de daño creado y que se extiende. EEUU se ha propinado a sí mismo un golpe bajo que no hubiera sido capaz de propinarle ninguna otra nación. Patético, sí, pero cierto.
Una de las muchas derivadas de este bloqueo es que medidas como las ayudas financieras y militares a Ucrania que no deja de aprobar EEUU se pueden meter en problemas, porque algunas de ellas requieren ser tramitadas por el Congreso en plenitud de funciones. De hecho, una de las obsesiones de los populistas trumpistas es bloquear estas ayudas para que esos fondos no salgan del país, en un trabajo de colaboración con los deseos del kremlin digno de un vulgar traidor. Así, lo de ayer también debilita la posición de los aliados en nuestro frente común ante la Rusia de Putin, y complica más las opciones de resistencia de Kiev. Un desastre en toda regla, se mire por donde se mire.
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