Lo expresó hace unas semanas un dirigente político israelí cuyo nombre no recuerdo. Vino a decir que para la seguridad de Israel no son necesarios los mensajes y gestos de cariño de sus aliados, sino el miedo que son capaces de causar a sus enemigos. Se sabe Israel rodeado de naciones y grupos paramilitares que buscan su destrucción, y sobre ese supuesto ha erigido toda su estructura nacional, con la seguridad militar como baluarte inexpugnable y la necesidad de golpear con fiereza ante cualquier ataque que pueda sufrir. Eso ha funcionado de una manera precisa hasta que el 7 de octubre Hamas desbarató la sensación de control de la nación hebrea.
No
hay que ser un lince para darse cuenta de que la imagen de Israel en el mundo
se deteriora a cada día que pasa con la ración de muerte que los medios vuelcan
en sus opiniones públicas a cuenta de la respuesta militar en Gaza. La masacre
perpetrada por Hamas en territorio hebreo es sepultada a diario por nuevos
cadáveres que suscitan toda la atención y solidaridad del mundo. Las víctimas
del ataque terrorista y los familiares de los cientos de secuestrados alzan su
voz en medio de bombardeos en los que el ejército israelí ha acabado con la
vida de militantes de Hamas, pero también con civiles inocentes a paladas, en
una secuencia de reacción que las opiniones públicas, que contemplan los
informativos desde sus cómodos salones, no son capaces de valorar desde la perspectiva
del estado acorralado y en peligro que se vive desde las casas de Jerusalén o
Tel Aviv. Cierto es que a la nación hebrea le da igual la opinión pública
global, sabe que sobre ella no puede edificar su seguridad en ningún caso,
porque el antiisraelismo ha calado profundamente en grandes capas de las
sociedades occidentales desde hace mucho tiempo, por no hablar de lo vivido en
siglos pasados, pero es verdad que ahora se vive un repunte de crítica a Israel
en el momento en el que, cruel es la vida, más solidaridad debiera suscitar. Es
probable que la estrategia de Hamas, que dedicó meses y meses a planificar el
ataque del sábado 7, tuviera esto en mente. Sabía que el daño que iba a causar
a la población israelí era excesivo, el suficiente como para desquiciarla y
obligarla a responder de manera masiva, alocada, salvaje. Parapetada en Gaza,
con millones de civiles como rehenes, Hamas desprecia la vida de los palestinos
casi tanto como la de los israelíes, pero para una opinión pública global que
tiene claro desde hace tiempo quién es el “malo” en esta cruel historia en la
que no hay buenos, la respuesta de un Israel herido es la mejor de las
gasolinas para propulsar el mensaje ideológico del radicalismo islámico. Cada
decena, centenar de palestinos muertos por los bombazos de Israel son mártires que
Hamas ha creado y que explota con eficiencia abrumadora ante los suyos, las
naciones árabes y el mundo entero. La buscada violenta respuesta de Israel es
un éxito para los terroristas, que trataban de equipar a dos bandos que no son
iguales. Frente a un movimiento yihadista totalitario, una nación democrática
con una sociedad compleja y enfrentada en múltiples cuestiones, una de ellas cómo
lidiar con el problema palestino. Frente a la teocracia de Hamas y el
militarismo asesino de sus hordas, una nación que tiene un ejército legitimado
para ejercer la fuerza y que se ve obligado a utilizar reglas de
enfrentamiento. ¿Cómo hacer que ambas fuerzas parezcan equivalentes a ojos del
mundo? Forzando a la nación legal y reglada a saltarse las normas, golpeándola
de una manera tan dura y cruel que le sea inevitable no responder de una forma
devastadora, indiscriminada, y así ofrecer al mundo la imagen del sacrificio de
Gaza por parte de Israel como muestra del comportamiento de una nación occidental
ante el drama palestino. Una genial jugada de imagen en la que Israel no podrá
vencer jamás y que será el caldo de cultivo para movimientos de resistencia y
terrorismo en muchas de las naciones musulmanas que contemplan lo que allí
sucede.
Hamas, chicos listos, riegan con sangre inocente palestina, servida por el ejército israelí, el campo en el que siembran nuevas voluntades terroristas que suplan a los fanáticos que, ahora, junto a los inocentes, mueren en las ruinas de la franja. Obsesionados como estamos los occidentales por eso que llamamos “el relato” el yihadismo nos está dando una lección de cómo construir uno que satisfaga plenamente sus intereses. Que sea a costa de miles de inocentes es algo que a un terrorista le da igual, porque para él no hay víctimas, ni inocentes, sólo piezas con las que jugar y, llegado el caso, sacrificar, para lograr sus objetivos. Todo sea por su causa.
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