En mi trabajo el ritmo de jubilaciones es creciente. Los años pasan y llega la edad del retiro. Algunos lo prolongan hasta el límite, y les aliento a ello dentro de mi papel de petardo en la oficina, porque van a estar mejor aquí que en el retiro forzado, pero mi iniciativa suele contar con escaso apoyo, aunque cierto que no nulo. La marcha de compañeros de trabajo por este motivo es, habitualmente, una pena, porque sabes que parte del contacto creado se va a mantener, pero es casi inevitable que se debilite. Sucede esto tanto con los que uno comparte trabajo como el resto de la vida, y las figuras públicas también se retiran, y dejan un hueco.
Hace un par de semanas se jubiló Sergio Pagán, una de las voces históricas de Radio Clásica, que ha llegado a ocupar altos cargos en la administración de la casa, como lo ha sido en su última etapa como director de programación, pero que, por encima de todo, ha sido una amante de la música antigua y barroca y se ha dedicado, con esmero, y paciencia, a difundirla por las ondas. Además de los programas de continuidad que llevaba en el verano, tenía dos fijos en la parrilla semanal de la emisora. Música antigua, los martes de 23 a 24 horas y la hora de Bach, los sábados de 11 a 12 de la mañana. Mientras que en el primero él utilizaba un motivo escogido cualquiera, sea una onomástica, un hecho histórico, la llegada de la primavera, un viaje a Venecia o lo que fuera para ir poniendo músicas desde los tiempos pretéritos hasta el barroco alusivas al tema que fuera, en el segundo la obra de Bach era el hilo conductor de todo el programa, aderezado a veces con autores contemporáneos del genio de Eisenac, en lo que era un constante homenaje a la figura del músico más complejo y, probablemente, genial de toda la historia. A Sergio Pagán le debo el haberme introducido en esos mundos musicales y llevar ya muchos años meciéndome en sus compositores y estilos, dejando otras músicas mucho más arrumbadas en el rincón del alma. En la década de los noventa escuchaba algo de clásica, especialmente Beethoven y Mozart, y también pinceladas de Bach, sobre todo en su obra instrumental de teclado, pero poco más. En aquellos tiempos Pagán tenía un programa en las noches de verano llamado Los colores de la noche, en el que, con un cierto aire de hilo de continuidad, engarzaba músicas de ese repertorio antiguo sin mucha temática previa que les sirviera de soporte. La sintonía de inicio era una música suave de violines con el rumor de una tormenta de fondo. A veces lo escuchaba, de manera esporádica, pero hubo una noche de verano especial, cerca de finales de los noventa. En Elorrio, noche calurosa, con la ventana de mi cuarto abierta, y como en la sintonía del programa, escuchando el rumor de trueno de fondo, con destellos de rayos que se distinguían detrás de Amboto, lo que quería decir que la tormenta estaba en la zona de Ochandiano o ya en Álava. Tenía la luz del cuarto apagada, para apreciar mejor el brillo de los rayos lejanos, y la radio puesta. Pagán empezó su programa y, tras una introducción breve, a la que no presté mucho caso, puso una composición larga, la misa Pangue Lingua de Josquin Desprez, en la versión de Tallis Scholar. Las piezas de la obra empezaron a sonar y, poco a poco, empecé a dejar de prestar atención a la tormenta, que seguía lejana, sin visos de querer acercarse, para escuchar aquella música que no tenía nada que ver con nada de lo que hubiera escuchado nunca en mi vida y que era, simplemente, maravillosa. Cuando llegó el Agnus Dei, el final de la pieza, yo estaba tan a gusto como asombrado, y claro, todavía quedaba esa triple invocación en las que Desprez es capaz de hacer cosas que nunca se han vuelto a lograr. Y descubrí un nuevo mundo musical. La obra terminó, se hizo un silencio de unos pocos segundos y, lo reconozco, mi gusto y valoración musical cambiaron radicalmente y para siempre. Pagán volvió a repetir el nombre del compositor, la pieza y el conjunto que la interpretaba, y puede apuntarlo parcialmente. Y al día siguiente, empecé a buscar cosas de esas.
Muchos habremos sido los que, gracias a Sergio y otros profesionales, hemos descubierto, músicas, producciones, trabajos de otros, y por ello debemos darles las gracias, porque su labor es la que permite que los nuevos retomen el trabajo de creadores antiguos y lo hagan salir a la luz. Modesto, de hablar pausado, ornitólogo, amate de la naturaleza, Pagan es uno de los mitos de Radio Clásica que ha llegado al final de su camino y comienza una vida nueva, alejado de los micrófonos. De él sólo conozco su voz, nada más, pero parte de mi vida le debe mucho. Poco más puedo decir que gracias, inmensas gracias, ante tanto y tan buen trabajo.
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