Es duro ver las imágenes de los presuntos terroristas detenidos por los cuerpos de seguridad rusos, presentados ante los medios ante el tribunal que ha decretado su ingreso en prisión preventiva durante un par de meses. Amoratados, con evidentes síntomas de tortura, uno de ellos con una oreja cortada a semejanza del pasaje evangélico que se leerá en estas fechas, todo muestra la pulcritud con la que las autoridades rusas se conducen por el mundo, y el “escrupuloso” respeto a los derechos humanos que ejercitan. No he visto a ningún propagandista, de los pagados por el Krmelin, que se rasga las vestiduras por todo lo que pasa en occidente, señalar a las autoridades de Moscú por estas crueles escenas.
Putin ayer compareció nuevamente para retorcer su teoría del atentado. Ante las absolutas evidencias de la ejecución yihadista del mismo no le quedó más remedio que admitir que, en efecto, han sido islamistas del ISIS-K los causantes de la matanza, pero a continuación se mantuvo en sus trece y dejó caer que si bien los ejecutores podían ser esos los organizadores y quienes realmente estaban detrás del mismo eran los ucranianos, los autores intelectuales, en una expresión que a muchos se les hará familiar. La masacre del viernes es culpa de sus ejecutores y ejemplo de fallo en la prevención de la seguridad del estado, que desatendió las advertencias occidentales al respecto y que ha permitido que se le cuele un gol en forma de atentado despiadado, pero, una vez sucedido, la maquinaria de propaganda del Kremlin está más que dispuesta a aprovechar cada una de las víctimas causadas en el ataque como munición para sus propios intereses militares en Ucrania. Si ya desde hace semanas se venía sospechando de una posible nueva orden de reclutación para llevar más hombres al frente, las escenas del Crocus que vivimos el viernes serán bien utilizadas para alentar el deseo de venganza de la población, aún en shock, y canalizar la ira hacia los ucranianos, los que para el kremlin se esconden detrás de la fachada islamista. Es burdo, absurdo, carente de sentido, pero no descarten que funcione. A escala también en España tenemos un gobierno que no deja de mentir y utilizar la propaganda para vender falsedades, que son compradas por no pocos. En Rusia la ventaja para el gobierno es que, al contrario que en España, ejerce su poder en el marco de una dictadura que reprime sin cuartel. Por ello, aunque veamos imágenes de un apenado Putin vela en mano en un memorial dedicado a las víctimas, en el fondo está feliz porque la casualidad le ha brindado una oportunidad no prevista para enardecer el espíritu patriótico y dirigirlo a favor de sus objetivos. Al conocerse la noticia, sin que se hubiera producido aún reivindicación alguna, la teoría de un atentado de falsa bandera organizado por el propio aparato del kremlin no se descartaba, porque no sería la primera vez que sucesos de semejante nivel de depravación y retorcimiento han llegado a suceder en Rusia. Cuando Putin llega al poder se producen en Moscú una serie de atentados sobre edificios residenciales que causan decenas de muertos. El gobierno ruso los vincula rápidamente con comandos terroristas chechenos, que ya habían realizado acciones en el pasado en la capital, y a partir de ahí lanza una movilización que desatará la segunda guerra de Chchenia, la que laminará Gorzny, y servirá para elevar a Putin al nivel de poderoso y eficaz mandatario, a lomos de un ejército triunfante sobre las hordas separatistas. Varios son los analistas que sospechan que algunos de esos atentados no fueron tales, sino acciones organizadas desde el poder ruso que buscaban crear la excusa para desarrollar una guerra en Chechenia que pusiera fin a ese problema y otorgara al desconocido Putin la vitola de líder victorioso. Es uno de los temas más oscuros de aquellos años, y la sombra de la sospecha no ha llegado a disiparse. Dado el comportamiento mafioso del poder del Kremlin, la teoría del autoatentado, aunque suene horrenda, no era del todo descartable, pero al poco se vio que no era así. En todo caso Putin quiere que le sea útil para sus depravados fines, sin importarle demasiado la autoría real del ataque y lo que ha permitido que se pueda llevar a cabo.
Mientras en Europa crece el temor, uno más en la lista, a que ISIS-K se sume al grupo de dolores de cabeza de seguridad que nos amenazan, en Rusia el luto por la matanza va a ser sustituido en breve por olas de propaganda antiucraniana que reforzarán el mensaje de guerra mesiánica entre la verdad de Moscú y la infamia de Kiev, cuando es justo al revés. La memoria de los inocentes asesinados el viernes será mancillada por las autoridades de su país, que ven en ellos piezas que sirven para construir nuevas mentiras en su imperio de terror y sometimiento. Muchos, rusos y ucranianos, seguirán muriendo en los campos del este por deseo del dictador que no cesa en su afán de odiar a todo lo que pueda hacer sombra a su megalomanía.
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