Después del catastrófico terremoto de 2010, que causó cientos de miles de muertos, la solidaridad del mundo se centró en Haití, el país más pobre de América y uno de los más paupérrimos del mundo. Como suele suceder, pasadas las semanas, otros hechos acapararon la atención del mundo y aquella crisis fue perdiendo espacio en los titulares, pero el inmenso Forges, al que tanto se le echa de menos, se pasó meses y meses incluyendo “pero no te olvides de Haití” en la parte inferior de sus viñetas, que tenían, por obligación, anclaje en la actualidad más inmediata. Ahora que Forges ya no está nadie nos recuerda lo que pasa en ese lugar.
Por eso, que Haití vuelva a la parte alta de los titulares y el tiempo de los informativos es síntoma de que algo bastante feo está sucediendo allí, y no se equivoca si así piensa. Ya antes del terremoto aquel era un país descompuesto tras años de dictadura cruel, represión y miseria, con poca capacidad propia para salir adelante y con elementos violentos y corruptos por doquier capaces de hacer lo que sea por controlar la nación. Desde entonces las cosas han ido a peor, y el país ni si quiera ha sido capaz de entrar en una típica dinámica latinoamericana de gobiernos elegidos y derrocados por golpes militares, no. No es capaz ni de llegar a semejante nivel de decadencia, está mucho más abajo. Desde hace años Haití es pasto de las bandas criminales, que imponen el orden en las zonas que controlan, y el estado, o eso que entendemos por ese nombre, no existe en la práctica. Se han celebrado algunos comicios, violentos y con acusaciones de fraude, pero han terminado en revueltas y magnicidios, con una autoridad gubernamental que es capaz apenas de mantener la frontera de la nación con República Dominicana, país con el que comparte la isla de la Española. El asesinato del último presidente del país, Jovenel Moïse, acaecido en 2021, sumió a la nación en el caos total, y lo que ahora ha llegado hasta los medios es el resultado de una especie de guerra desatada entre bandas, señores de la droga, militares y ex miembros de fuerzas de seguridad, líderes tribales de barrio y, en general, facciones sin límite que se disputan el poder en una ciudad, territorio, barrio, y que no se cortan lo más mínimo a la hora de disparar contra quienes consideran rivales, lo que incluye a todos los demás. La población del país tiene como principal objetivo comer a lo largo del día y llegar viva a la noche, sin que ninguno de los múltiples incidentes armados que se suceden en todas las poblaciones les alcancen y les manden al más allá. El que ha ocupado provisionalmente el puesto de primer ministro desde hace unos meses, Ariel Henry, ha anunciado que ofrece su dimisión para tratar de que el país tenga un gobierno de transición unificado que pueda organizar unas elecciones, pero su anuncio tiene más de asunción de lo imposible de su mandato que de otra cosa. Lo ha hecho desde Puerto Rico, donde se encuentra desde hace varias semanas, incapaz de volver a Puerto Príncipe, la capital haitiana, porque bandas criminales varias han amenazado con disparar al avión que le traiga de vuelta sin esperar a que llegue a tocar la pista de aterrizaje. No hace ni dos semanas del asalto de alguna de estas bandas a una de las principales cárceles del país, de la que liberaron a los cerca de tres mil presos que allí se encontraban, la mayor parte por abundantes delitos de sangre, con el objeto de reclutarlos para sus filas y así fortalecer la capacidad “negociadora” de cada una de las facciones. Uno de los jefes de esas bandas que parece destacar entre los demás, apodado el barbacoa, amenazó con desatar una guerra civil total en el país sin Henry no se largaba, sin dejar muy claro cuál era la diferencia entre lo que señalaba como amenaza y la realidad que se vive cada día en las calles del país. Probablemente nadie se atrevió a preguntarle nada al personaje, ni sobre eso ni sobre cualquier otra cosa, a riesgo de acabar como abono en un vertedero.
Desde hace años se lleva planificando una misión internacional, bajo el paraguas de la ONU, en la que fuerzas de naciones principalmente africanas tratarían de establecer el orden en Haití, con vistas a que unos futuros comicios pudieran desarrollarse con las mínimas garantías de seguridad y transparencia. La degeneración total en la que se encuentra ahora mismo la situación en la isla ha bloqueado esa intervención y deja en manos de los señores de la guerra, y sus milicias, lo que suceda en el futuro. En una especie de versión real y mucho más cruenta que la novelada de Juego de Tronos, serán las armas las que decidan quién se hace con el poder, y los que no las tengan seguirán haciendo todo lo posible para sobrevivir en el que puede que, ahora mismo, sea el peor país del mundo.
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