La última de Miguel Ángel Rodríguez, conocido como MAR, el jefe de gabinete de Ayuso, ha sido amenazar por mensajes de whatsapp a una periodista de un medio de comunicación, eldiario.es, en relación a las noticias publicadas por él sobre el presunto delito fiscal del novio de Ayuso. Ese medio es una web de marcado sesgo izquierdista, o eso dice, por lo que aprovecha cualquier oportunidad para atizarle al PP y a todo el espectro de centro derecha. Da igual la ideología que venda el medio, el comportamiento de MAR es infame, condenable y merece toda la crítica y reprobación posible. MAR cobra, y no poco, del presupuesto de la Comunidad de Madrid, pagado con los impuestos de todos, sea cual sea su ideología, la tengan o no.
El de MAR es el último de una serie de casos en los que servidores públicos, o que debieran serlo, se han convertido en vulgares macarras de taberna al mando de cargos que les otorgan prebendas, privilegios y, por lo que se ve, barra libre para abusar de ellos sin control. El que se está demostrando como una figura en este tipo de comportamientos degradantes es Óscar Puente, el actual ministro de fomento. Ya en su época como alcalde de Valladolid los que residen en esa ciudad se acostumbraron a su faltona manera de hablar, dirigirse a quien no le bailase el agua y, en general, a unas formas propias de un matón de poca monta. Su ascenso en el PSOE hasta posiciones de poder, algo incomprensible, se ha dado en paralelo a la conversión de X, la antigua twitter, en una especie de estercolero global, en el que se pueden encontrar joyas valiosas entre grandes cantidades de mierda e inmundicia. Puente tuitea sin freno, insultando y amenazando a todo el mundo, sin cortarse lo más mínimo. Como pasa con el caso de MAR, los medios afines al partido de quien amenaza silencian los hechos, corren una cortina sobre ellos y buscan en el pozo de mierda ajeno declaraciones basura para tapar el hedor que sale del propio. La hiperactividad de Puente pone en un brete mayor a los portavoces de la progresía patria, convertidos en una nueva inquisición moral que disfruta dictando qué es lo ético y qué no lo es. Lo de MAR es una vergüenza, lo de Puente también. Diez palabras que están prohibidas, así, seguidas, en la mayor parte de cabeceras y medios de nuestro país. Hay una cosa en común que tienen estos dos personajes, que es que cobran del erario público, de los impuestos de todos, sea cual sea su ideología, la tengan o no. Sí, la misma frase con la que concluye el primer párrafo de hoy. Y es casi seguro que también utilizan dinero público, que sale de esos mismos impuestos, para alimentar las bocas de quienes callan ante sus excesos y jalean los de los demás. Eso es corrupción, sí, usar fondos de todos para fines partidistas, pero no me interesa aquí ese asunto, no, sino el estético, el mero hecho de que personajes de una zafiedad absoluta, que no merecen ser contratados para ningún tipo de empleo por ser unos maleducados sin vergüenza alguna hayan llegado a ocupar posiciones de poder, privilegio y sueldo que la mayoría de los españoles, este que les escribe desde luego, jamás alcanzarán. ¿Qué está pasando para que sujetos que sólo merecen el desprecio por su comportamiento y el ingreso durante meses en un reformatorio lleguen a esas cotas de poder? ¿Cuándo la selección de élites en España degeneró hasta el punto de que este tipo de basuras morales puedan alcanzar puesto de dirigencia? No es que estemos ante un caso de selección adversa, sino simplemente la degeneración total. A buen seguro MAR y Puente son excelentes pelotas de sus jefes, aduladores sin freno de quien les otorga el puesto y garantiza la nómina, y usan todas sus bondades para loar a la persona que les ha otorgado el cargo por dedocracia. Y una vez en él, se comportan como lo que son, sujetos infames, indignos, que uno jamás querría tener al lado en la parada del autobús, en la cola del cine o en cualquier otra situación vital. Personas que, con su comportamiento, avergüenzan a todos los que les rodean. Seres que sólo sirven para ser expuestos como modelo de lo repulsivo, de lo que se debe dejar atrás, de lo que huir.
Es curioso, en tiempos en los que la teoría de la ejemplaridad pública de Javier Gomá ha conseguido despuntar en las listas de ventas de libros y en la de los conceptos, donde se menciona la necesidad de llevar una vida que, en su falta, sea echada de menos por lo digna que llegó a ser, los cargos públicos empiecen a ser auténticos contraejemplos “gomianos” de tal manera que sea justo la manera en la que ellos se comportan la guía que sirve para saber cómo no debe ser el ejemplar. Nada hay más motivo de orgullo en la vida que no ser como MAR o Puente, nada más debido que despreciarlos siendo justo lo contrario a ellos. Eso sí, no habrá medios que defiendan al que así se porte. Al ejemplar sólo le rodeará el silencio y, claro, la falta de nómina pública. Escoja.
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