No es nueva la idea del cupo catalán que se ha sacado de la manga Pera Aragonés, en una muestra de cierta desesperación preelectoral. Ya en la transición se estudió esa propuesta, pero entonces Pujol la rechazó. Sabía de números, de los costes que genera recaudarlos y de las mordidas que podía sacar con ellos, y prefirió ahorrarse los primeros y obtener las segundas por otra vía, sin que la hipotética hacienda catalana se pudiera ver envuelta en escándalos que afectasen a su partido e imagen. Artur Mas también lo pidió en medio de la crisis financiera, para ocultar la quiebra de su gobierno, y del no que obtuvo se inventó el “procés” que le consumió.
El sistema de cupo es factible en un estado descentralizado, pero exige unos cálculos precisos y, sobre todo, un sentido común de responsabilidad, pertenencia y nobleza, cosa que nunca ha existido en el nacionalismo periférico, ahora mutado en sedicioso en gran parte. Una de las mayores falacias que se repiten todos los días es la de que hay territorios que pagan más y otros menos, lo que es completamente falso. Los territorios no pagan impuesto alguno, son las empresas y ciudadanos que residen en ellos los que los pagan. Un señor pobre en Cataluña paga menos impuestos que un señor rico en Extremadura. Que en Cataluña haya una proporción mucho más alta de ricos que de pobres respecto a Extremadura hará que la recaudación media de un catalán sea más alta, pero eso es por la fortuna, nunca mejor dicho, de tener y poseer más. Es probable que a alguien que gana 15.000 euros al año le gustaría pagar 20.000 euros de impuesto sobre la renta, sobre todo porque eso significaría que sus ingresos superarían los 40.000 con una muy elevada probabilidad. La experiencia de cupo en España se circunscribe a las haciendas forales, ese residuo de la época carlista que no pudo ser abolido en la Constitución y que, por ello, es legal. Las tres haciendas vasas y Navarra recaudan sus impuestos y pagan luego lo que se llama el cupo a la hacienda nacional, para compensar los gastos que la administración central realiza en el territorio o en el conjunto del país para el servicio común de los ciudadanos de esas provincias. De lo visto en estos años existe la sensación clara de que, para las arcas forales, el cupo ha sido beneficioso porque la aportación pagada a la caja común es menos que la debida, y por eso, entra otras cuestiones, el nacionalismo catalán lo reclama. No hay una causa de justicia social, eficiencia distributiva, criterios objetivos de gravamen por renta, diseño de políticas sociales de gasto o cosas por el estilo debajo de la propuesta de Aragonés, sino una mera intención de quedarse con más dinero del obtenido de las rentas altas y medias catalanas para que las formaciones políticas que comanden la Generalitat, nacionalistas por supuestos, se queden con más parte. A las rentas altas catalanas, como a todas las rentas altas de todas partes, el sinuoso y supremacista discurso de que “si gestionamos nuestros impuestos pagaremos menos porque no subvencionaremos a los pobres del resto de España” no les suena mal, porque todo lo que una renta alta pueda eludir de impuesto le vendrá bien, sea la excusa que se use para ello, y por eso la propuesta de cupo catalán tiene cierto apoyo desde hace tiempo en las clases dirigentes empresariales catalanas, que buscan la manera de bajar sus gravámenes. Que el cupo foral sea injusto es una arbitrariedad en la práctica, pero dado el pequeño peso económico que tienen las cuatro haciendas forales en el conjunto de la nación, peso que, por cierto, sigue bajando año tras año, el conjunto del país se puede permitir vivir relativamente sin esa aportación, pero la economía catalana es, más o menos, la quinta parte de la del conjunto del país, también declinando, y eso es excesivo para que el egoísmo de los sediciosos no genere graves consecuencias al conjunto de la hacienda nacional, al presupuesto y a las políticas de gasto.
Realmente, si se fijan, sólo los ricos que dominan las regiones ricas quieren el cupo, y ser separatistas, y no es por casualidad. El supremacismo racial que está en la base del nacionalismo, no es otra cosa, se ve muy alimentado del egoísmo cuando se da en un territorio en el que la renta media es más alta. Cuanto más tengo más quiero, y más me molestan los que de ello pretenden una parte. Estas políticas son muy de derechas, de clase adinerada. Lo paradójico de nuestro cutre país es que se venda como de izquierda, como progresista, la creación de nuevos privilegios para los que ya los tienen. Sí, es el mundo al revés, y es injusto por mucho que lo repitan los que se creen en la capacidad de otorgar carnets de buen o mal ciudadano.
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