Mientras Sánchez y los suyos traicionaban a todo el país y no cabían de orgullo por la felonía conseguida, en EEUU Biden daba el último discurso sobre el estado de la Unión de su actual mandato, un ejercicio de demostración de la unidad del país ante los problemas comunes, con el presidente compareciendo ante una sesión conjunta de ambas cámaras. Como Trump es un sanchista de pro, pasa de la unidad y contraprogramó una intervención en la que se dedicó a insultar a todos los que no son como él, muy en su línea. Sólo faltaba Bolaños junto al magnate dando saltos de alegría. No me consta que Gaza apareciese en el de Trump, pero sí en el de Biden.
Ayer se cumplieron cinco meses desde el inicio de la guerra de Gaza, comenzada por Hamas con su brutal ataque terrorista del 7 de octubre, y el balance que puede hacerse, desde cualquier punto de vista, es desolador. La franja está parcialmente arrasada, convertida en territorio inhabitable en su mayor parte. Edificios residenciales, infraestructuras y construcciones de todo tipo han sido laminadas por las tropas israelíes. Los muertos palestinos se contabilizan por decenas de miles, mientras que los refugiados son prácticamente el resto de los algo más de dos millones de personas que vivían en aquel lugar. Las bajas en el ejército israelí alcanzan varios centenares de fallecidos y heridos, los secuestrados por Hamas han sido rescatados parcialmente, pero más de un centenar siguen capturados, y son decenas los que han muerto a manos de sus captores o en las acciones militares cruzadas entre las tropas de la IDF y los milicianos islamistas. La imagen de Israel en el mundo se ha ido deteriorando sin freno a lo largo de estos meses, a partir de un pico de solidaridad por las salvajadas perpetradas por Hamas. La respuesta militar del gobierno de Netanyahu ha supuesto la digestión, para la opinión pública global, de un reguero de imágenes de extrema crueldad en la que palestinos civiles, muchos de ellos niños, mueren a diario en condiciones penosas entre escombros y llantos de sus familias que, impotentes, no pueden hacer nada para evitarlo. Los mensajes comunes de la casi todas las naciones tras el 7 de octubre han ido derivando hacia el silencio y, progresivamente, la crítica ante la actuación israelí, que va a lograr convertir Gaza en un erial, pero que no está nada claro que sea capaz de eliminar a Hamas como movimiento, aunque se cargue a muchos de sus milicianos. La actitud cada vez más descarada por parte de las fuerzas extremistas israelíes, las más ortodoxas, que mantienen una cuota de poder creciente al ser las que sostienen al gobierno (algo así como los sediciosos puigdemoníacos pero con la Tora por bandera) están alentando el incremento de la violencia no sólo en Gaza, sino también en Cisjordania, donde varios de los colonos que residen en asentamientos ilegales actúan sin mucho miramiento, realizando ataques a las residencias palestinas con las que comparten territorio de una manera similar a archipiélagos diseminados a lo largo de las colinas de ese lugar. En el norte de Israel siguen las escaramuzas entre las tropas de las IDF y las fuerzas de Hezbola, que amagan día sí y día también lanzando cohetes contra territorio israelí, pero sin decidirse a emprender una ofensiva en toda regla. Los discursos de sus dirigentes siguen la tónica incendiaria habitual en todos ellos, pero no pasan de ahí, y de momento, el temido frente libanés no acaba de concretarse en una segunda guerra, lo que es uno de los pocos hechos optimistas que existen en la zona. Esto, el que la guerra se mantenga encapsulada en el espacio de Gaza durante estos meses, contribuye a que la indignación ante lo que pasa no escales a alarma, y sigue dando margen de actuación a Israel, que puede sostener el frente bélico y sus costes, con enorme daño para la economía del país, pero con posibilidades de aguantar varios meses más. Eso no sería posible con una segunda guerra simultánea, capaz de dejar exhaustas las finanzas y capacidades de la nación.
Todos estos meses son un desastre, en el que quizás sólo los extremistas de Hamas, los sucios ayatolas iraníes que los manejan y los ultraortodoxos israelíes puedan declararse satisfechos al seguir dando rienda al odio acumulado que poseen, liberándolo en forma de asesinatos sin piedad a uno y otro lado. Sigo pensando que una de las derivadas que tenía la acción de Hamas era buscar el desastre de la imagen de Israel en el mundo, tentarle como a un toro con el capote y que embistiera, usando a los palestinos como anzuelo y carne de sacrificio. Si ese era uno de los objetivos, tristemente, se ha conseguido. El gobierno israelí empieza a ser tóxico para las naciones occidentales.
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