Uno de los muchos delitos cometidos por los secesionistas catalanes que pretende borrar la infame amnistía aprobada ayer en el Congreso, en una de las jornadas más tristes de su historia, son todos los relacionados con la consulta ilegal de 2017, y el propio referéndum falso, con aquellas urnas chinas. Una pantomima que pretendía hacerse pasar por democracia, pervirtiendo todo el sentido de ese concepto, una estafa, una simulación, una gran mentira. Es lo que buscan los dictadores, refrendos falsos que vistan de elegido lo que no son sino decisiones unilaterales tomadas por ellos, despreciando a todos los demás.
Puigdemont, Junqueras y demás no son sino aprendices del maestro que, junto a las cúpulas del Kremlin, ha elevado esto de las elecciones amañadas a una dimensión casi no vista. No es de extrañar que el secesionismo catalán contase con el apoyo, explícito y encubierto, de la dictadura rusa, tanto por el daño que el proces suponía para una nación de la UE como por el mero hecho de que el gran dictador contemplase, divertido, a pequeños émulos, becarios que tratan de imitarle en fondo y forma. Sí, hay elecciones en Rusia, sí, la gente va a votar, pero de los candidatos que se presentan sólo uno va a ganar, el resto son mariachis puestos como adorno y cualquiera que pudiera ser opositor real a Putin está en el exilio, encarcelado o, directamente, muerto. La única duda de estos comicios es cuánta ventaja va a sacar Vladimiro, qué porcentaje de voto considerará el suficiente como para sentirse satisfecho ¿El 80%? ¿Más o un poco menos? No descarten que a medida que avance el domingo por la tarde algunos de los responsables del recuento electoral le ofrezcan a Putin un escrutinio ya tabulado con unos márgenes similares, y el autócrata asentirá ilusionado, dando carta de legalidad a la mentira, como ayer en el Congreso, y esperando a la mañana del lunes para que ese escrutinio maravilloso sea portada de sus medios, los únicos que pueden emitir. La dictadura casi perfecta actuando ante nuestros ojos con gran eficacia, y sin rubor alguno. Además, no faltarán algunos tontos útiles, aquí y en otras naciones, que miren admirados al reelegido líder y le vean como una esperanza frente a nuestras decadentes democracias. Otros, como Puigdemonto o Trump, ven a Putin como alguien a quien imitar, porque le envidian profundamente. Él sí ha conseguido desarrollar una dictadura de ordeno y mando, un régimen con todos los poderes a su servicio en el que sólo su voluntad dicta lo que se puede hacer o lo que no. Para el pequeño dictador que anida en el nauseabundo corazón de los secesionistas, o del magnate que aspira nuevamente a la presidencia de EEUU, Putin es el admirado, el que lo ha conseguido, el ganador de una carrera hacia la dictadura que ellos emprenden cada día y que, pena, los contrapesos y sistemas de las democracias occidentales se lo ponen difícil. “Qué basura de democracia” pensará el sedicioso en Waterloo, creyéndose ser un rey de la Cataluña histórica y mítica (los mitos nunca han existido) y que no puede ejercer su poder absoluto por no se que historias de constitución, legalidades, mayorías, jueces, derechos y demás tonterías. Si pudiera lo aboliría todo, haría una única ley en la que fuera lo que el dicta lo que se deba de cumplir sin discusión alguna ni recurso a tribunal que valga (eso es lo que aprobaron en la ilegalidad de 2017) y al que no le guste, leña, persecución, cárcel y exilio, como mínimo. Contempla Trump, desde su residencia de Florida, la posibilidad de volver a la Casa Blanca, pero está harto de que haya contrapesos que le impidan ejercer el papel de presidente absoluto que él se cree que es. “Se van a enterar esos” piensa mientras se zampa hamburguesas baratas en una habitación decorada con el estilo más hortera y recargado posible, soñando ya en cómo va a ejercer el poder a su plena voluntad, eliminado a todos los que algo el discutan. A todos. A todos. Seguro que en su escritorio hay una foto en marcada de Putin, y Trump la mira sin dejar de pensar “tú sí que sabes, tú sí que te lo has montado bien”.
La escena que hemos visto estos días de voluntarios del gobierno ruso llevando las urnas puerta por puerta a las viviendas de los residentes en las zonas ucranianas ocupadas por el ejército Z es la viva imagen de la dictadura trabajando, del voto no libre, de la perversión de la elección, de la violación de la democracia. Todo el mundo debe votar, y sólo lo permitido. El teatrillo cuesta dinero y esfuerzo, pero sirve para engañar a más de uno, y así se convierte en rentable para el dictador. Una vez ejercido su “derecho al voto” el ciudadano cierra la puerta y sabe que su hogar no es refugio para el poder si hace algo que el poder no quiere o, simplemente, si el poder determina que el ciudadano ha cometido alguna actividad ilegal.
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