La semana pasada vivimos un episodio de alta tensión en la frontera este de la OTAN. Varios drones rusos, unos diecinueve según parece, penetraron en el espacio aéreo polaco y acabaron cayendo sobre ese país, algunos de ellos sobre campos de cultivo, otro sobre la casa de un matrimonio, que se salvó, pero vio su hogar parcialmente destruido. La incursión se produjo principalmente a través de la frontera que Polonia tiene con Ucrania, pero unos pocos también entraron desde el norte, desde Bielorrusia, fiel aliado, más bien vasallo, de las directivas que emanan de Moscú. No hubo heridos en todo el episodio.
Esta es la mayor violación que sufre la soberanía territorial de Polonia desde hace décadas, y ha puesto a todo el mundo muy nerviosos. Los artefactos no tenían carga explosiva, eran del tipo iraní Shahed, una especie de ala delta con un cilindro en su parte intermedio que en la zona posterior monta el cohete que lo propulsa y en la frontal se inserta la carga militar que genera la explosión. En este caso llevaban instrumentos de medición, observación, no eran armas destructivas más allá del impacto que, a su velocidad, en el final de su trayectoria, sean capaces de provocar. Por eso, técnicamente, Polonia no ha sido atacada y no ha invocado el artículo 5 de defensa mutua de la OTAN, pero si el 4, el de apoyo, para que el resto de los países se pongan en guardia y preparen. Rusia ha afirmado que todo se debió a un error técnico y que no alberga intenciones oscuras sobre Polonia. Más allá de la nula credibilidad de lo que sale de los portavoces del Kremlin, su argumento del error se cae por su propio peso. Dada la intensidad de los ataques que se suceden contra Ucrania en forma de oleadas de drones, entra dentro de lo comprensible que uno o dos de ellos se desvíen por causas técnicas y acaben donde no deben, pero tantos como los que llegaron la semana pasada a territorio polaco no son un error, sino algo intencionado. Puede que sea cierto que Rusia, enfangada en su cruel guerra en Ucrania, no pretenda ir mucho más allá, porque su patético ejército ha demostrado la incapacidad que le corona como fuerza de conquista, pero sí creo que lo de estos días ha sido deliberado. Me da que Rusia ha tratado de tocar las narices, por así decirlo, de testar, mediante un ejercicio de riesgo, una situación semibélica más allá de las fronteras de Ucrania, en pleno territorio OTAN y UE, para ver qué respuesta se le da. Algo así como tirar la piedra, esconder la mano y comprobar si el acosado hace algún gesto que presente intimidación o se calla. Un ejercicio de sondeo sobre el terreno, muy a lo mafioso. ¿Cuál ha sido el resultado? La verdad, inquietante. No tanto por el plano de los países de la UE, que se han aprestado a responder verbalmente con dureza y dejando claro que la soberanía de Polonia y sus fronteras son intocables, sin hacer a la vez ningún tipo de bravata. Lo malo ha sido, nuevamente, que EEUU, por boca de Trump, ha hecho unas declaraciones fuera de tono, comprando el relato ruso del error sin intención, y no dejando claro si su voluntad de apoyar a Polonia, socio firme de la OTAN, se mantendría en caso de una agresión formal. Ante esta actitud norteamericana de ni sí ni no, el temor ha cundido en las cancillerías europeas, que ven como, poco a poco, el problema de la seguridad en el este del continente alcanza proporciones cada vez mayores y las posibilidades de disuasión conjuntas frente a Rusia no acaban de crearse. Putin nos da mucho más miedo del que nosotros le damos a él, y de mientras sigan así las cosas nada estará seguro en esa zona. Con una guerra de Ucrania que no cesa, el entrenamiento en nuevas tácticas y material de combate de las tropas rusas se está produciendo en directo, sin necesidad de maniobras aparatosas como las ensayadas este fin de semana en territorio bielorruso. La drónica de Moscú ya compite entre las primeras del mundo en capacidad destructiva, y sólo Ucrania en Europa, por motivos obvios, está a su altura.
De hecho, ver como se ha visto estos días a cazas europeos sobrevolando el espacio aéreo polaco como muestra de firmeza frente a Moscú encierra la cruel paradoja de que esos aviones, carísimos, apenas pueden hacer nada ante un ataque perpetrado por un enjambre de cientos de drones que actúen de manera coordinada, por no hablar del ridículo precio de esa novedosa acción militar. Las fronteras de la UE con las naciones hostiles del este deberán ser reforzadas, militarizadas y vigiladas sin descanso, a un coste elevado, pero la amenaza rusa y el resquemor a que, desde allí, se planteen acciones ofensivas, es algo que ha venido para quedarse.
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