Septiembre es el mes de la ONU, cuando la institución se viste de gala para celebrar su asamblea general y dirigentes de todo el mundo acuden a Nueva York a intervenir ante el plenario con un tiempo tasado, breve. Muchos de los mandatarios usan esta oportunidad para reivindicarse, otros para huir de los problemas que les acechan en su país y algunos para proponer cosas interesantes. En general, son discursos ampulosos sobre grandes problemas globales que ningún país es capaz de resolver por sí sólo, pero que sirven para que los dirigentes aumenten su talla internacional, cosa que alimenta el ya bien nutrido ego de muchos de ellos.
La ONU está sumida en la que, quizás, es su mayor crisis desde que fue creada tras la IIGM, y esa crisis se deriva de la caída progresiva del orden internacional que se instauró tras esa contienda. Habiendo estudiado el fracaso de la Sociedad de Naciones que se desarrolló tras la IGM, la ONU se crea con mayores garantías, instituciones novedosas, como el consejo de seguridad, agencias paralelas que se encarguen de temas específicos de índoles social más allá de la geopolítica, como la UNESCO, FAO, etc. Y, lo más importante, el compromiso de los países poderosos de otorgarle representatividad y, con ello, poder. Como toda institución creada por acuerdos entre naciones, sobrevive y se desarrolla en la medida en la que sus creadores mantienen la fe en ella, sino está abocada al fracaso. Bajo el dominio occidental la ONU ha tenido un papel muy relevante en la diplomacia global y ha servido como punto de encuentro para tratar de buscar acuerdos que desencallen conflictos y acaben con las guerras. Su balance es positivo, pero con muchas sombras, porque cuando los países más poderosos, léase EEUU y la URSS durante la segunda mitad del siglo XX, querían hacer lo que les interesaba, no contaban para nada con la opinión del resto ni, claro, de este foro. En los tiempos actuales la ONU ha ido perdiendo relevancia a medida que varias naciones, encabezadas por China, han ido reclamando una cuota de poder global que no poseen en las instituciones, pero sí en la economía y sociedad mundial. EEUU, el hasta ahora líder del mundo, ha emprendido un camino de desentendimiento respecto a problemas globales, centrado cada vez más en sus intereses propios y en lo que le pasa de fronteras para dentro, y el discurso de Trump del martes ante la asamblea general fue casi el simulacro del portazo de la Casa Blanca a la institución. Si China busca un mundo moldeado a su imagen y EEUU no defiende las instituciones creadas en el pasado es casi imposible que la ONU, y otras muchas siglas que nos son familiares, tengan un contenido real más allá de las letras que las definen. Guerras como las de Rusia en Ucrania o Israel en Gaza muestran la quiebra total de un mecanismo de gobernanza global, con sus problemas ineludibles, que se basaba en el multilateralismo, en el respeto a la soberanía de las naciones y los derechos humanos como bandera. Las dos guerras que he mencionado, originadas de manera muy distinta, son ejercicios de fuerza despiadada por uno de los bandos que elude cualquier idea de someterse a una jurisdicción internacional, en la que no cree. Son ejercicios de poder duro, puro, de fuerza bruta por quienes han descubierto que la poseen y que las reglas de convivencia con las que se dotaron las naciones hace unas cuantas décadas están empezando a diluirse. Ante ambas guerras hay naciones que han optado por sancionar a los atacantes, y por protestar por sus crueles acciones, pero el respaldo de China a Rusia y el de EEUU a Israel muestran quienes realmente dirigen el mundo y operan al margen de lo que el resto puedan o no opinar. La sede de la ONU corre el grave riesgo de acabar siendo un cascarón vacío, un bello elemento decorativo en un Manhattan lleno de iconos, pero sin apenas relevancia global. Y eso sería una mala noticia
¿Para quién? No sólo para los que trabajan allí, desde luego, sino sobre todo para naciones que carecen de fuerza, que no son agresivas, que no tienen ejércitos que puedan servir de disuasión frente a terceros. Piense usted en la UE, pero no sólo. Sobando la metáfora clásica sobre el tema, en un mundo de carnívoros los herbívoros tienen las de perder. La ONU era el amparo global a muchas de las decisiones legales que surgían de instituciones como la Comisión Europea, el Tribunal Penal Internacional, la Organización Mundial de Comercio y otras. Su decadencia pone en tela de juicio todo ese trabajo legal y multilateral, que sólo genera efectos reales si todos creen en él lo respetan, y hacen respetar.
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