miércoles, septiembre 17, 2025

Ese chico rubio llamado Robert

Extraños en un parque, los días del cóndor, dos hombres y un destino, todos los hombres del presidente, leones por corderos, memorias de África, las aventuras de Jeremiah Johnson, Brubaker, juego de espías, el golpe, el hombre que susurraba a los caballos, ….. uno puede empezar a recitar títulos de películas que ha visto en varias ocasiones y no parar en mucho tiempo, y en todas ellas, como actor principal o secundario, aparecer un chico rubio que luego se transformó en un señor pelirrojo que encandilaba tanto a la cámara como a la audiencia, especialmente al sector femenino, pero también a todo el que adoraba al cine.

Robert Redford murió ayer a los 89 años y en vida llegó a ser una estrella de fama mundial de unas dimensiones con las que no pueden ni soñar los que ahora se dicen influencers en las redes. En un mundo en el que el cine era realmente la fábrica de los sueños, en el que la industria del entretenimiento tenía a las películas como su mayor estandarte, Redford logró un éxito apabullante gracias a su calidad como actor y, porque no negarlo, a una belleza masculina que arrasaba. De hecho, uno de sus principales problemas de cara a la cámara, como también le pasó a su contemporáneo Paul Newman, era como lograr que la belleza de la imagen no opacase el trabajo de actor. Ambos consiguieron superar ese reto con creces, y con el aplauso unánime de todos los que se desenvuelven en el mundo de las películas. Redford, al contrario que Newman, que tenía aficiones muy distintas a las del rodaje, llenaba su vida con el cine, y a medida que fue cumpliendo años escaló en la profesión hasta llegar a ser un director de corta producción pero alta calidad. Trabajos como gente corriente o el río de la vida son más que suficientes para consagrar a alguien al otro lado de la cámara, y no contento con eso, se embarcó en la aventura de crear su propio festival de cine. Él tenía poder y acceso sin límite a los popes de la industria, de la financiación y producción, pero sabía que los que empezaban no contaban con semejante apoyo, por lo que decidió que su festival se iba a consagrar a eso que se llama cine independiente, el alejado de las grandes productoras. Su alejamiento físico del mundo del Hollywood californiano y su refugio en Utah le llevó a crear allí el festival, en la localidad de Sundance, que desde entonces es una cita importante en el mundo de los creadores. Su vida transcurría en ese estado, y residía en un rancho que compró en la época de esplendor de su carrera y en el que daba rienda suelta a sus intereses por la naturaleza. Además del cine, la preservación de esos entornos fue una de sus principales obsesiones, y se convirtió en uno de los primeros famosos que abrazó el mensaje ecologista, sin titubeos pero también sin histerias. A medida que cumplía años esa faceta de naturalista fue creciendo en él, quizás al ver cómo el mundo urbano iba consumiendo cada vez más espacio incluso en unos EEUU en los que el corazón de la ciudadanía sigue siendo, cada vez menos, una granja en medio de un sembrado en una planicie infinita. Redford nunca se retiró de la escena pública, daba entrevistas y acudía a su festival y a toda clase de galas y homenajes, pero era evidente que la salud empezaba a pasarle factura. La edad es cruel, lo es para todos, probablemente más para ellas, y desde luego despiadada para los que han sido guapos, y la visión de Redford a sus superados ochenta años mostraba las cicatrices del tiempo, de las operaciones y de la piel de los pelirrojos, que tanto sufre con el contacto con el sol. Su muerte, no se la causa, pilló por sorpresa ayer a medio mundo, aunque a esa avanzada edad el tiempo se sabe que se disfruta de regalo, casi con la sensación de préstamo que exige devolución rápida. Hoy no hay medio de comunicación en el mundo que no recoja la noticia de su muerte.

Hubo unos años en los que Redford era una de las personas más conocidas del mundo, en todo el planeta su imagen era reconocible. Era el rey de lo que se llamaba el “star system” la factoría californiana que creaba iconos globales que en todo el mundo eran seguidos y generaban pasión. Millones de personas en todo el mundo, la gran mayoría mujeres, han estado alguna vez locamente enamoradas de Redford, de su mirada picarona, de su semblante, que sabía ser a la vez gracioso y serio. Millones de personas lamentan hoy su pérdida y la rotura del corazón adolescente que esos ojos y rubios cabellos les causaron en sus años de juventud.

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