martes, septiembre 23, 2025

Perdón y odio

Hay varias cosas que distinguen a los norteamericanos de los europeos, que les hacen ser más distintos de lo que pudiéramos pensar. Una de ellas, que es obvia en la actividad pública, es el peso de la religión, muy diluido entre nosotros, pero indispensable para entender la sociología de aquella nación. Aunque entre los millenial y los Z se está dando un proceso de laicidad creciente, el país aún está imbuido de misticismo cristiano por todas partes, empezando por ese “In God we trust” (confiamos en Dios) que luce en los billetes de un dólar, algo que sería impensable ni en la ceca de la más creyente comunidad protestante europea.

Esta es la causa de que el acto funerario realizado el pasado domingo como homenaje a la memoria del asesinado activista Charlie Kirk se convirtiera en una extraña ceremonia de canonización civil en la que el mesianismo lo inundaba todo y la fe en Dios y en el mensaje de Kirk se aunaban de una manera que resulta tan absurda como hortera vista desde aquí. Todo el acto se parecía a una especie de misa, sin comunión física, pero sí comunión espiritual de los presentes en torno a la figura del líder asesinado. Su imagen, su vida, su testimonio, un ensalzamiento que rozaba la idolatría y que crea en su figura la de un mártir para una causa que, bajo las siglas de MAGA, empieza a ser un movimiento con más que vida propia. En ese acto intervinieron muchas personalidades de la vida norteamericana, junto a familiares y allegados del fallecido, y han sido dos de todas esas apariciones las que han suscitado más interés para los medios, por motivos obvios. Y esta vez sí que la atención puesta en ellas resulta merecida. Una ha sido la presencia de su viuda, la típica rubia neumática norteamericana, exmodelo, madre abnegada, creo que con intenciones de divorciarse antes del fatal hecho, convertida en la viuda de América para los MAGA. En su intervención, sentida y llorosa, como es lógico, lanzó un mensaje de reconciliación, de rendido homenaje a su marido, sí, pero de búsqueda de la grandeza, de exaltación de sus valores, pero de necesidad de compartirlos. No se dejó llevar por la ira, y en un gesto derivado de su creencia cristiana profunda, proclamó entre sollozos el perdón al asesino de su marido, algo que no es nada habitual, y menos apenas transcurrida una semana del asesinato, cuando el trauma de lo que ha pasado apenas acaba de empezar. Érika, que así se llama la mujer, no quiere la pena de muerte para el asesino de su marido, cargo al que probablemente se enfrente el presunto culpable cuando tenga lugar el juicio. Sus palabras bajaron las revoluciones del acto y, curioso, supusieron un bálsamo para el conjunto de un país aún conmocionado, y asustado por lo que pueda suponer este crimen para su futura convivencia. La otra intervención comentada es, obviamente, la de Trump. Un Trump que no gritó, pero trasladó un mensaje de dureza cruel, justo el opuesto al de Érika. El presidente, de manera explícita, afirmó que discrepa de la viuda, y que él no perdona a los enemigos, que los odia, los odia, recalcando ese término “hate” entre los aplausos de una masa no enfervorecida, pero sí sometida al magnate. Justo cuando más necesario es aplacar la situación, enfriarla, sentarse para debatir cómo acabar con la violencia política que se hace fuerte en el país y empieza a convertirse en una amenaza para el futuro, el presidente, la máxima autoridad de la nación, lanza un mensaje de odio a todo lo que pueda entender como rivales, contribuyendo a inflamar aún más a los extremistas que empiezan a hacerse fuertes a izquierda y derecha, por simplificar las cosas, en el espectro político del país. Las palabras de Trump, frente a las de Érika, suponen echar más gasolina a un fuego que no deja de avivarse y se puede descontrolar por completo.

Para los MAGA, la imagen de Kirk ya es un icono digno de ser colocado en el altar de la patria, en un proceso de unificación de ese movimiento político con una visión cristiana integrista que no deja de ser preocupante. Toda esa fuerza unificada, por una fe y una creencia política, está en manos de Trump ahora mismos, y de su responsabilidad y de cómo actúe se derivará si se acaba convirtiendo en una parte del establishment nacional, domesticándose, o en algo capaz de subvertir el orden establecido, mediante la reforma legal o incluso el uso de la violencia. Conociendo ligeramente al personaje naranja me temo que los augurios no son nada buenos.

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