Desde hace algunos años el Late Show vive una crisis en la nación que le vio nacer, EEUU. Ese formato de programa nocturno en el que un presentador realiza algún monólogo gracioso de actualidad y luego encadena entrevistas a personajes famosos en un ambiente distendido, siempre con un fondo urbano nocturno iluminado. En España se ha intentado pone en marcha varias ocasiones, siendo la versión que ahora realiza Marc Giro en La2 o La1 la última. Aquí, en general, no ha triunfado. No es una de las causas, pero en nuestro país los fondos suelen ser paisajes urbanos nocturnos falsos, porque en España nuestras ciudades no relucen como las de allí cuando se pone el sol. Es lo de menos, pero resulta indicativo.
La crisis del formato viene de lejos, y se ha reflejado en unas audiencias menguantes. Hubo una época en la que Jay Lenno o Stephen Colbert reunían ante el televisor a gran parte del país y les entretenían. Ahora esos programas no son, ni mucho menos, los más vistos de las parrillas de unas televisiones que han visto como su audiencia ha ido cayendo a medida que las nuevas generaciones huyen de la programación lineal para enclaustrarse en su móvil y ver lo que quieran y cuando quieran. Programas emitidos en directo, producciones caras, sueldos elevados para presentadores de relumbrón… costes crecientes e ingresos menguantes, mala combinación. A ello se debe sumar que vivimos los tiempos de la cancelación, esa manera moderna de denominar a la censura de toda la vida. Ahora sale alguien haciendo chistes de algo y siempre va a haber alguno que se sienta ofendido por lo que sea y solicite la lapidación del humorista. No se recurre a lo obvio, que es no ver lo que a uno no le gusta, sino que se persigue prohibir todo lo que escape del criterio personal. En cada momento, el humorista se debe ceñir a lo que el sentido político del momento y del gobernante decreta, y si se sale de ahí hordas de bots y de pusilánimes contratados buscarán destruirle en las redes sociales, convertidas en la versión digital de las hogueras medievales. En España hacer chistes contra Sánchez supone que la masa al servicio del gobierno sitúe al cómico en la fachosfera, concepto inventado desde Moncloa que algunos usan con una frivolidad impropia de personas de más de cinco años. En EEUU el tema de la cancelación se disparó tras fenómenos como el del asesinato de George Floyd o el movimiento feminista MeToo. Lo woke se hizo con un poder enorme en la sociedad y, como la vieja inquisición, decretaba de qué se podía hablar y de qué no, y condenaba al ostracismo a quien osaba salirse de las pautas correctas que ese movimiento dictaba, con un aire insoportable de superioridad moral. Los creadores y, en general, todos los que trabajaban en el mundo del espectáculo allí, empezaron a sentirse acosados, vigilados, con la sensación cierta de que su libertad de expresión estaba siendo coaccionada, y se impuso lo que se llama la autocensura, que es la represión propia para evitar la ajena que te amenaza. Fenómeno antes no visto allí, y que desde luego impacto en todos los programas, también en los Late Show, que a su crisis propia añadían un problema muy gordo, porque si el humor y la crítica social eran en gran parte lo que les sostenía como idea, ¿cómo iban a poder seguir trabajando de igual manera en esos tiempos?. La victoria de Trump el año pasado y el debilitamiento de los woke, ahogados en gran parte por su propio dogmatismo, otorgó una momentánea sensación de relajo, de que la presión social ante el humorista iba a disminuir, pero fue una ilusión falsa. Ahora las tornas han cambiado y, directamente, la presión no viene de movimientos sociales sino del propio poder. En su idea autoritaria de la presidencia, Trump ha alentado la fulminación de programas, presentadores y formatos, y los Late Show han sido, desde el principio, una de sus principales piezas de caza. A lo largo de este año Colbert ha anunciado que se retira tras dos décadas de carrera, entre cansado y asustado, y esta semana la ABC, de Disney, ha anunciado que retira el programa de Jimmie Kimell tras unos chistes que el presentador hizo relativos al asesinato de Charlie Kirk. Trumo lo ha celebrado y ha dicho que no será este el último de los que no le gustan que se va a tener que largar.
Trump disfrutaría como un enano de los medios púbicos en España, enormes, costosos y tristes aparatos de propaganda al servicio del gobernante, nacional o autonómico. Se moriría de envidia al ver como aquí el poder manipula informativos y pone cargos para que la loa no cese. En EEUU la cadena pública PBS es residual y son las privadas las que se llevan toda la audiencia. Trump ha decidido ir a por ellas, amenazarlas, tratar de ahogar sus fuentes de financiación, buscar resquicios que le permitan revocar licencias, etc. Y los medios, asustados, ante una situación que han denunciado muchas veces en otras naciones pero que no habían vivido nunca en carne propia, están cediendo. El Late Show agoniza y la libertad, en EEUU, empieza a estar asediada.
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