No hubo sorpresas, y ayer el gobierno francés del primer ministro Bayrou perdió la moción de confianza que había planteado ante el legislativo. Desde que se presentó el plan de recortes de gasto a principios del verano, la posición del ejecutivo se había debilitado notablemente, y el consenso en la cámara, por parte de la extrema derecha y la izquierda, era que esas medidas no podían salir adelante. La votación estaba cantada desde hace varios días, y eso ha permitido el curioso ejercicio de ver a Bayrou, un gobernante aún en ejercicio, expresarse con una absoluta sinceridad sobre la situación política y económica del país, a sabiendas de que la penalización por ello ya estaba fijada. Es algo notable.
Francia se enfrenta a graves problemas financieros, principalmente fiscales, con un déficit que no cesa, una deuda que se acumula sin freno y una competitividad de fondo que no deja de erosionarse. Es un país mucho más rico que nosotros, desde luego, pero no tanto como él mismo se cree, y como le pasaba a las economías periféricas de la UE, ahora también se mantiene gracias a la creencia de los acreedores en su deuda, lo que supone un hándicap enorme para sus posibilidades futuras. Es el país de la UE en el que el gasto del estado más supone sobre el PIB, superando ampliamente el 50%, cifras desorbitadas para una economía occidental de mercado, un estado además centralizado, tan poderoso como ramificado. El modelo francés se encuentra herido, tanto por problemas propios como por causas que soportamos el resto de naciones, pero allí hay una particularidad, que es la aparente ceguera de la población a admitir que su situación económica es la que es. Mientras que aquí y en otros países se mantienen debates profundos sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones, por el daño a la competitividad que van a suponer tanto los aranceles de Trump como la pujanza china, en Francia se sigue soñando con un excepcionalismo que les haga mantenerse inmunes ante la marejada global que vivimos. Junto a Alemania, es el corazón de la UE, en lo económico y en lo político, pero mientras que en Berlín se lleva ya un tiempo asumiendo que pintan bastos globales y que el problema es serio, en Francia no se ha hecho apenas nada para mirar de frente a la situación. Ha sido este ejecutivo de Bayrou el primero que realmente ha expuesto a la sociedad francesa la crudeza de las cifras, las dificultades por las que atraviesa el presupuesto, los costes elevados de financiación de una deuda cuya prima de riesgo respecto a la alemana (¿les suena, eh?) no deja de crecer, y la necesidad de empezar ya a realizar ajustes, con el riesgo de que todo lo que se dilate su puesta en marcha en el tiempo será una vía segura para tener que hacerlos de manera más intensa cuando el margen se estreche. La ventana de oportunidad para realizar reformas se está cerrando, allí y aquí, porque es cuando los ciclos suben cuando, al calor de la bonanza económica, es posible realizar ajustes que sean menos lesivos para el ciudadano. Si el ciclo ha tocado techo o empieza a bajar, a saber si estamos en ese punto o no, las medidas contractivas aumentarán la sensación de crisis del ciudadano y contribuirán a agravarla, creando una retroalimentación negativa de muy malas consecuencias. Por una vez, el ejecutivo galo ha actuado ante su ciudadanía, en materia económica, tratándola como la adulta que es, exponiéndole la situación y ofreciendo unas medidas paliativas para tratar de que no empeore. Políticamente ha sido un suicidio, y el resto de formaciones del parlamento, que saben que tarde o temprano habrá que tomar medidas de ese tipo, se regodean en que sean otros los que las propongan y paguen el precio del rechazo en sus carnes.
La posición de Macron es débil, y esta cascada de gobiernos fracasados está minando su segundo mandato de una manera, probablemente, definitiva. Las expectativas de voto de su formación son muy malas, descontando que creo que no puede presentarse a un tercer mandato, y la extrema derecha lidera ahora con ventaja las encuestas de una nación que ya ofrece una perspectiva similar a la que se podía intuir en la periferia europea antes de 2012. Cada crisis es distinta y cada nación tiene sus particularidades, pero el mero hecho de que en el “core” de la UE se esté hablando de problemas de sostenibilidad de la deuda es un paso significativo en el mal camino. Es probable que el nuevo ejecutivo que encargue Macron no tenga una vida mucho más larga y productiva que este y los que le han precedido.
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