El pasado Jueves 23 tuvo lugar una huelga de conductores de metro de 7:00 a 9:00 de la mañana y de la tarde, consistente en que todos los trenes iban a la mitad de servicio, teniendo que esperar más en las paradas y permaneciendo más apretados en los vagones, con lo que se conseguía que todas las líneas funcionasen como la línea 10 habitualmente... Yo lo usé como todas las mañanas, y no encontré excesivos problemas hasta llegar a la 10, pero es muy habitual, independientemente de que haya huelga o no (trenes italianos, muy bonitos, pero muy poco fiables). Lo divertido de la historia, sin embargo, se estaba fraguando en la superficie.
Sí, porque cuando salí en mi boca habitual la calle estaba plagada de coches, y había más pitidos de los normales. Subí a la oficina, desde la que tengo unas vistas soberbias de la ciudad y alrededores... y todo era un caos. Cientos de coches parados en todas las calles, Castellana y adyacentes, todas las plazas (Cuzco, Lima, Castilla..) bloqueadas por riadas de luces blancas y rojas, una tenue lluvia que caía mansamente y miles de conductores, pasajeros de autobuses y taxis, peatones y viandantes bloqueados en el más absoluto desorden que pueda imaginarse, y, por lo que se intuía, “disfrutando” del enfado mutuo, aderezándolo con unos gritos insultos y gestos variados que sin duda contribuían a crear armonía y ayudaban a llegar al trabajo fresco, relajado y alegre. Reconozco que desde arriba, la visión del espectáculo resultaba fascinante, casi tanto por la imagen que dejaba traslucir como por el hecho de encontrarse resguardado, a salvo de la selva, volando por encima de la jauría que se enfrentaba por pasar frente a un semáforo cuyo color ya no lo identificaba.
Si no he visto mal en los paneles, la huelga se repetirá mañana 28 y el jueves 30, aunque parece que esta vez sin lluvia. Si alguno de los que cogieron el coche el jueves “para poder llegar a tiempo” mira el calendario de esta semana se va a quedar lívido, pensando en lo que le espera. Con todas las cosas que se pueden hacer en un coche atascado, pudiendo disfrutar de un libro, del programa de radio al que no le hacemos caso nunca, de la compañía que llevamos todos los días y que no apreciamos, y con la que a veces estamos incluso casados, y lo que podemos pensar y reflexionar, mirando la fila interminable de coches y, quizás, preguntándonos como hemos conseguido fabricar esas maravillas que tanto pueden correr y que tan impotentes nos vuelven al colapsar nuestras ciudades. Quien sabe, puede que algunas ideas geniales para solucionar los problemas del tráfico surjan.... en un gran atasco.
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