El asalto por parte del ejército israelí de la prisión de Jericó, en busca de miembros del Frente Popular para la Liberación de Palestina, acusados del asesinato del ministro de Turismo israelí Rejabam Zeevi, en 2001, ha vuelto a poner en primera plana a Oriente Próximo, y ha sacado del anonimato al constante goteo de ataques, atentados y acciones confusas que, día sí y día también jalonan esa zona del mundo, y que, de tanto repetidas, llegan a causarnos indiferencia. Estos últimos hecho se sitúan a dos semanas de las elecciones en Israel, prevista para el Domingo 26 de Marzo. Con Ariel Sharon en como vegetativo el resultado es muy incierto, justo lo que menos necesita esa zona, tras las diatribas del presidente iraní que, todas las mañanas se levanta pensando (y diciendo) que Israel debe ser destruido.
Una pregunta que nos hacemos todos es: ¿Tiene esto solución? Esperanzados, pensamos que sí, pero resignados, día a día, admitimos que tal vez no. Enfrentado como estoy al espectacular libro de Robert Fisk La Gran Guerra por la Civilización (espectacular por contenido y volumen, y peso...) a cada paso que avanzo no encuentro más que desastres, guerras, matanzas y cosa así. Ciertamente es la crónica de un corresponsal de guerra en Oriente Medio, pero lo que se aprecia son unos pocos comportamientos heroicos en medio de un fangal de desesperación y conductas inhumanas. Una sensación similar obtuve de la magistral “Munich” de Spielberg (la que debiera haberse llevado el Óscar a mejor película) y que tuvo el mérito de poner de acuerdo a israelíes y palestinos, dado que no les gusto a ninguno. La degradación moral que sufre el personaje al ver que, finalmente, se ha convertido en aquello que ansiaba destruir es conmovedora, y deja un poso de tristeza enorme. En la película nadie se atreve a decir qué es lo que se puede hacer para arreglar esa perversa dinámica de acción reacción, que hoy, mañana y pasado veremos en las calles de las ciudades de Israel.
La solución de dos estados independientes, sometidos a tutela internacional, con fronteras custodiadas por unidades militares de interposición puede que, finalmente, sea la única salida posible. Ahora bien, ¿quién está dispuesto a mandar soldados a semejante avispero sabiendo lo que les espera? ¿Cuándo Israel admitirá que los palestinos tiene derecho a construir una nación? ¿Cuándo los países árabes admitirán que Israel debe existir, y con fronteras seguras? Y, quizás, la pregunta más complicada, ¿Cuándo descubriremos todos que Dios NO nos ampara a ninguno cuando quitamos la vida a otro de nuestros semejantes? Demasiadas preguntas y pocas respuestas, me temo.
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