Tenía que acabar pasando. Años de espectáculo, descrédito, escenas sacadas de una surrealista película de malos y peores canallas, mucho lujo, despilfarro y desenfreno, perfectamente reflejados en esa malévola sonrisa de José Luís Moreno haciendo de mafioso en la Costa del Sol. En una espectacular operación de la policía y fiscalía, llamada “Malaya” (¿quién escoge estos nombres de las operaciones? ¿por qué son siempre tan cutres?) se ha detenido a un montón de gente y se han confiscado bienes por valor de más de 2.000 millones de euros, y no sobran ceros, no, quizás falten.
Durante muchos años Marbella ha sido una especie de escaparate para comportamientos que me atrevería a calificar como socialmente obscenos. Esas fiestas en los ochenta en las que Kasogui y otros amigo suyos, conocidos traficantes de armas envueltos en asuntos similares como el secuestro del trasatlántico “Achille Lauro” en 1985, eran denominadas las mejores de toda Europa. Realeza, gente de baja estopa dedicada a sacar tajada, millonarios con mucho desparpajo y poco pudor, sol y desenfreno con aires caritativos y actitudes opacas. Parecía que el panorama no podía empeorar hasta que Jesús Gil y Gil desembarcó con todo el equipo al asalto, y convirtió a la ciudad en su negocio particular. No quiero imaginarme lo que se ha podido construir, recalificar, defraudar en todos estos años, con una junta de Andalucía del PSOE y un gobierno Nacional del PP mirando a cualquier otra parte, mientras que todos podíamos ver unas estrafalarias imágenes de Gil y Gil metido en un jacuzzi rodeado de espectaculares bellezas, que inevitablemente hacían recordar a Jabba el Hutt de La Guerra de las Galaxias, henchido en su hediondez.
Y sería interesante saber cuántos Marbellas hay en España, cuantos ayuntamientos, concejalías de urbanismo y demás se han lucrado durante estos años de crecimiento desorbitado de suelos, grúas y ladrillos. Intuyo que estamos al principio de un largo rosario de descubiertos, incautaciones e imágenes de coches lujosos, piscinas horteras rodeadas de estatuas romanas de estuco y de toda esa parafernalia que inevitablemente va asociada a la riqueza ostentosa, rapaz y desaforada de aquellos que no tienen ni tiempo para amasar la fortuna que han encontrado en los recovecos del camino que ellos mismos se han construido.
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