Esta madrugada se ha producido un suceso extraño, derivado de las coincidencias que nos deparan los números, relojes y calendarios. Pasadas la una de la mañana ha habido un instante en que han sido la Una y dos minutos y tres segundos del cuatro de mayo de 2006, es decir las 1:02:03 del 04/05/06. Una versión descafeinada, ilegal pero válida en términos de lenguaje se producirá este mediodía, pasadas las 13 horas. Esto de los calendarios y los números da mucho juego, y hay muchas casualidades de este tipo.
No es muy normal jugar con las horas. Lo habitual es hacer combinaciones con los días, meses y años, teniendo en cuenta, eso sí, que cada uno los pone de una forma. En el formato europeo de día/mes/año, el 20 de febrero de 2002 fue un precioso 20/02/2002, pero usando el sistema americano se quedó en un feo 02/20/2002. Una combinación similar no tendrá lugar hasta el 21 de diciembre de 2112, que será el bello 21/12/2112 (nuevamente en el formato europeo) aunque dudo que estemos en esa memorable fecha para verlo, pero ojala fuese así. Dos secuencias que fueron válidas para ambos sistemas fueron la del ocho de agosto de 1988 (8/8/88) y el nueve de septiembre de 1999 (9/9/99). En estos casos, y en todas las secuencias similares basadas en el uno, dos, etc. la gracia está en distorsionar el sistema de escritura, al referirnos a cada año con las dos últimas cifras del mismo, eliminando el guarismo de millares y centenas. Esto es una costumbre muy inglesa, especialmente típica en Estados Unidos. Un buen ejemplo de ello es la famosa resolución de 1.441 la ONU sobre Irak, que en ingles se dice 14 41 y que aquí muchos papanatas nombraban (y siguen haciéndolo) como la “catorce cuarenta y uno”, en una expresión castellana carente de cualquier sentido.
Hay quien quiere ver en estas fechas momentos cruciales, dotados de simbolismo y magia. Con al moda actual, sin duda serán momento señalados para el advenimiento de algún anticristo o de un merovingio asesino que busca cálices, sábanas, espadas o huesos sagrados para conjurar el peligro del más que inminente fin del mundo, previsto para cada fin de semana. Me inclino a creer que son casualidades bellas, fechas curiosas en las que merece la pena pararse un momento para disfrutar, saborear y ver lo bonita que queda esa secuencia de números que escribimos por doquier y nos sitúa en un instante de la flecha del tiempo en la que vivimos, que no se para por más que queramos.
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