Primaveral fin de semana en Madrid. De las cosas que he visto en estos días destacaría dos. Una partida de ajedrez público y un hombre escribiendo en sus libros, como hechos urbanos que, en un caso sólo se pueden ver por aquí y, en otro, me recuerdan a mi mismo. Este viernes y sábado por la tarde, en Gran Vía, estaba un jamaicano de libro, con sus rastas, brazos negros huesudos y ojos saltones, ofreciéndose a jugar partidas rápidas de ajedrez en la calle. En el anuncio se promocionaba como el jugador número uno del país. Había un gran corro de gente viendo las partidas, y haciendo la competencia a las mantas variadas de los alrededores, y el espectáculo merecía la pena.
No se yo mucho de ajedrez, pero la verdad es que el joven jugador era todo un “showman”. Con un radiocasete a todo volumen movía las piezas con fiereza, casi a golpes, aporreando el reloj del tiempo y lanzando a su contrincante peones y alfiles con nervio y cierta violencia. Vi entera una partida que jugo contra un oriental, que ganó el asiático, y tras los breves minutos que duró el combate, todos los allí presentes (más cerca de cien que de cincuenta personas) aplaudimos con fuerza a ambos jugadores. Tras el combate, el jamaicano recogió las piezas, viejas, usadas y con pinta de haber recorrido medio mundo, y se ofreció nuevamente a quién desease retarle. En ningún momento se me pasó por la cabeza apuntarme a algo semejante. Casi no me acuerdo como se ponen las piezas, y el ridículo hubiera sido enorme, pero el “show” continuó, otro hombre se apuntó al reto y, esta vez, al contrario que con el oriental, el jamaicano se lo merendó en breves instantes. Tras ver esto me entraron ganas de tomar algo, y entre en un local a disfrutar de un café mientras anochecía, y la gente corría a sus citas y compromisos de amor, ocio, jarana y soledad.
Al lado mío estaba un chico de edad similar a la mía, que, poniendo encima de la mesa una bolsa de un centro comercial, extrajo unos libros, una plumilla del bolsillo de su chaqueta y empezó a datarlos, poniendo su nombre, fecha de adquisición y lugar, como yo suelo hacerlo. Me recordé a mi mismo hace dos semanas, en otro local, haciendo eso mismo con mis últimos libros comprados, y pensando entonces en la poca gente que tendrá esa costumbre, pero parece que no es tan escasa, no...... En definitiva, bonitas escenas urbanas de fin de semana, para olvidar el trabajo diario, y no pensar en tablas excelentes ni tripartitos mangantes.
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