Este pasado sábado, por la mañana, fui a uno de esos centros comerciales de las afueras para comprar algunas estanterías para casa y otros objetos, que parece ser necesito. Ya hablando por teléfono con un amigo mío, con el que a lo mejor estaba allí, pero que luego finalmente no pudo ser, me comentó que estaba todo hasta arriba de gente, porque parece ser una costumbre ir a pasar el día en una de esas tiendas cuyo nombre empieza por I, acaba por A, y en medio tienen una K y una E. Yo pensaba que mucha gente era una expresión general, pero lo del sábado era un horda invasora, una plaga depredadora, y casi me arrasa a mi y a la tienda.
Ya cuando se organizó un pequeño atasco en la escalera de acceso a la exposición me asusté, aunque debía haberlo previsto una vez observado el parking, totalmente lleno, con algún desesperado mirando huecos entre las macetas. La primera parte del recorrido iba fluida, y como llevaba apuntado todo lo que quería, visto el percal, decidí ir directamente a los puntos interesantes. Todo fue bien hasta llegar a la zona de las cortinas. Allí se torció, porque resulta que se da por sentado en todas partes que uno nace siendo un experto encortinas, doseles, dobleces, remates y enganches y, oh! casualidad, ese no es mi fuerte. Allí estaba envuelto en una maraña de telas que no distinguía, con medidas incomprensibles, y una pobre empleada que no daba abasto a las preguntas de la masa, que parece ser que no nace con una cortina bajo el brazo. Tras un cuarto de hora de vueltas y esperas desistí, en vista de que necesitaba asesoramiento en serio, y el riesgo de comprar algo inservible era enorme. Cogí el resto de cosas y llegó al hora de ir a la zona de los palés para cargar los módulos de las estanterías. Como miden dos metros y pesan una barbaridad (eso para mi es más de 5 kilos, pero en este caso eran unos 40 kilos cada una) necesitaba una carro ancho de carga, y resulta que había una enorme cola en la zona de recoger carros porque el sistema de autoabastecimiento de los mismo estaba atascado. Allí nos juntamos sudamericanos, eslavos , españoles, ingleses, y varios representantes de naciones desconocida, viendo como una maraña de hierros enganchados impedían avanzar al resto.
Otra persona y yo fuimos a las cajas para avisarles, y que mandasen personal allí. Vinieron dos chicos que se asustaron al ver la cola enorme y los carros enganchados, como fusionados por amor. Sacaron tres a mano, tirando con fuerza, pero fue imposible desenganchar a ese lascivo trío, que debía disfrutarlo enormemente. Una vez soltado el tapón, los carros aparecían con cuenta gotas, y tardé más de media hora en hacerme con uno, y luego cargar los fardos, que casi me deslomo subiéndolos al engendro ese con ruedas. Se ve que esto no está hecho para ir una persona sola, sin que nadie le ayude. Estuve más de tres horas en al tienda, y como no reparten el Domingo me quedé todo el Sábado en casa esperando, hasta las 22:30, en que trajeron el encargo. En fin, una pequeña odisea en madera, aunque al menos no llovió.
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