Qué pena me dio no poder escribir el Jueves y el Viernes, por motivo del puente, porque dado el espectáculo en el que había degenerado el asunto de la candidatura del PSOE a al alcaldía de Madrid era para rellenar hojas y hojas sin parar. Si algunos pensaban que el inicio de semana había sido apasionante, todavía quedaba lo mejor. El Miércoles, a última hora de la mañana, Bono, el gran José Bono, anunciaba que no iba a ser el candidato, dejando a todo el mundo bastante sorprendido, y haciendo un roto en la línea de flotación del PSOE en Madrid de dimensiones antológicas. Lo curioso es que, visto en retrospectiva, su respuesta y actitud es coherente, pero destila una mala uva considerable.
Ya meses atrás se autodescartó como candidato, alegando motivos personales y de oto tipo. Entre estos últimos había cosas tan lógicas como el deseo de no actuar como paracaidista, caso de aquellos que son designados como alcaldes o congresistas por municipios que no han pisado en su vida, desplazando a la figura local del partido. También dijo que era una elección que no le ilusionaba y, en el terreno de la anécdota, recordó haber pactado con Gallardón que nunca se iban a enfrentar uno al otro. Todo discurría tranquilamente, en medio del vacío del candidato, se entiende, cuando EL PAÍS informó que Zapatero había ofrecido a Bono el primer puesto por Madrid. Noticia rara, pensé yo, que se anuncia antes en prensa que en la Federación Socialista de Madrid (imagino la cara de Simancas desayunando y leyéndose eso) y a partir de ahí empezó la presión, y las alabanzas a Bono, que él se dejaba recibir, claro, porque Bono necesita “catodina”, esa sustancia que parecen desprender los focos y cámaras de televisión y que es tan adictiva. En una apoteósica rueda de prensa el Martes 10, afirmaba que a nadie le amarga un dulce, que está a disposición del partido y se siente muy honrado de que su nombre haya sido propuesto. La candidatura se da como hecha y todo el mundo le elogia como el mejor. Y ¡¡OH Sorpresa!! El miércoles dice que no, y deja a todo el mundo con un palmo de narices, con el paso cambiado, el gesto contrariado y al palabra necia en la boca.
Si el deseo de Bono era vengarse de Zapatero y humillarle, bien sea por su marcha del gobierno o por lo que fuere, la verdad es que le ha salido redondo. Hacía tiempo que no veía una venganza, algunos dirán traición, tan elaborada, refinada y preparada como esta. Esa forma de diseñar la trampa, hacer que todo el mundo pique, y cunado están todos en el cesto, asestarles un gran golpe. En el mundo de las venganzas políticas han destacado personajes como los Borgia, Bruto, etc, pero, a escala, quizás sea Ramiro II El Monje y su leyenda de la Campana de Huesca el ejemplo más castizo y próximo a lo que Bono hizo la semana pasada. Al menos lo que es seguro es que Zapatero jamás volverá a ofrecerle un empleo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario