Cuando ayer por la tarde saltó la noticia del secuestro aéreo de un avión turco y su desvío a Italia, y empezaron a oírse noticias sobre la relación de esto con las (creo que muy acertadas) palabras del Papa hubo muchos escalofríos en las redacciones y la calle. Finalmente el secuestro ha acabado sin pena ni gloria y con una historia mas chusca bajo tanto misterio y conflicto internacional. Resulta que el secuestrador, de nacionalidad turca, no quiere hacer la mili, y ahora ha solicitado asilo político en Italia para no jurar bandera en Ankara, o donde le tocase. No deja de ser un final muy cómico, y ojala todas estas historias acabasen así.
Pero ayer, en medio del suceso, me acordé de las medida de seguridad de los aeropuertos, y su escaso éxito en caso de que. Realmente, alguien quiera realizar un atentado, secuestro o algo similar. En mi reciente viaje a Inglaterra pude comprobar el celo británico y la desidia del resto y, por tanto, la ineficacia general del sistema. Para salir de Madrid todo era más o menos normal. Facturas el equipaje y desaparece por la cinta (y rezas para volver a verlo sano y salvo!!!), mientras que el equipaje de mano sí ha visto reducidas sus dimensiones, pero aparte de unas preguntas básicas no se chequea ni nada. Una vez pasado el control, tarjeta de embarque y documentación en mano, todo es placentero. Otra cosa muy distinta fue salir de Inglaterra. En el aeropuerto de Stansted, que es el que me tocó para hacer la vuelta a Bilbao, la secuencia de facturación y preguntas fue muy similar, pero a la hora del control de embarque, aquello era psicodélico. Enormes colas con carteles igualmente grandes diciendo que podía incluir en tu equipaje de mano, y que no, y con la obligación de descalzarte, dado que el calzado también iba a ser sometido a escáner. Era un escena curiosa ver a un grupo variopinto de personas en calcetines, despojándose de cosas que hagan saltar los escáner, y preparándose para ser cacheados, porque al menos el día que volví se cacheaba a todo el mundo. Había un empleado que abría el equipaje de mano de cada pasajero y eliminaba los objetos prohibidos (en mi caso un bolígrafo, que acabó en la basura). Aquello sí que era control, y, lógicamente, exigía acercarse al aeropuerto con algo de antelación, porque la cola iba despacio.
Hubo una escena divertida con una chica de estética gótica que iba a tomar un vuelo a Tirana, Albania. No sólo porque llevaba un par de botas enormes que casi no entraban en el detector, sino porque casi todo lo que vestía contenía anclajes, chapas y objetos metálicos Acabó en mallas y camiseta, y pitando en el arco, claro, porque los “piercing de las orejas y demás eran suficientes para hacer saltar cualquier detector. Al final el policía de turno le sonreía con una cara de sorpresa y todos nos mirábamos un tanto asombrados y divertidos. En definitiva, que es muy difícil salir de Inglaterra, secuestrar un avión y estrellarlo en cualquier parte, pero muy sencillo ir desde cualquier otro lugar a Londres y causar allí el desastre. Tanta medida de control, si no se homogeniza en todos los lugares, no sirve para mucho, excepto, en este caso, para demostrar lo interesante que puede ser una chica gótica (que lo era mucho, y además muy guapa) y los problemas prácticos que puede generar determinada estética.
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