No es broma, no. Ayer, el famoso (yo no tenía ni idea de quien era) magnate de Las Vegas Steve Wynn se hizo mundialmente popular por haber propinado un codazo involuntario al cuadro de Picasso El Sueño, produciéndole un agujero en su parte central. Resulta que el magnate lo iba a ser más, porque acababa de vender dicho cuadro a otro magnate (se supone) por la módica cifra de 139 millones de dólares. Por ahora Wynn ha cancelado la venta, y se supone que habrá que arreglar el cuadro, pero la historia tiene su cosa. Parece que este señor sufre una enfermedad, retinitis pigmentosa, que le daña la visión periférica, pero no parece haberle afectado a lo largo de su vida para estropearle el ojo por los negocios
El codo de Wynn, a falta de otros elementos, puede convertirse en toda un arma de destrucción masiva. Cuando me enteré ayer de al historia, inevitablemente, y no se porqué, me vino a l mente la imagen de Peter Sellers en la película de El Guateque, esa en la que hace de afamado actor indio y lo destroza todo en el rodaje y en una de esas fiestas de postín de Hollywood. Te imaginas la vida de Wynn, ya de pequeño, cuando los amigos le saludaban y el, sin querer, al darles la mano, pegaba codazos a diestro y siniestro, y claro, le zurraban, y llegaba a casa todo magullado. Ya en sus años jóvenes iba nuestro héroe besando a las chicas en la universidad, pero con tal mala fortuna que al abrazarlas se extralimitaba, golpeando a amigas o, lo que es peor, novios de ellas, y vuelta a empezar, nuevas magulladuras y golpes para el pobre Wynn, ya harto de sus supercodo. No se si está casado, pero el momento de darle el anillo a la novia en la ceremonia, y el inevitable codazo al padrino debió de ser memorable, o cuando ambos levantaron la espada la mostraron al público, en el momento del corte de la tarta, y el inefable codo acabó estampado cobre la cabeza de, puede ser otra vez, el padrino, ya amoratado después de una comida de muchos brindis, copas alzadas y codos volantes, aunque esta vez repartidos por toda la mesa presidencial.
Quizá nuestro héroe tuvo una época mala, en al que se dedicaba a empinar el codo, pero es probable que durase poco, porque cada vez que levantase la botella o la copa acabaría a tortas con los borrachos asiduos del bar. Quizá pensó en el negocio del juego porque, como sale en las películas, lo puedes controlar por videocámara desde una sala oscura en la que estás sólo y no pegas a nadie con el codo, bastón u otro instrumento. En fin, pobre codo, pobre hombre y pobre cuadro. Me gustaría saber que escribiría Arturo Pérez Reverte sobre esta historia. A lo mejor un día en el XLSemanal lo hace. Puede ser memorable su idea sobre los ricos americanos, su arte y sus codos.
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