martes, febrero 13, 2007

El suelo se mueve

Ayer hubo un terremoto en España, y no me refiero a la sentencia del Supremo respecto a de Juana Chaos, que también va a provocar fisuras y destrozos varios, no. Hablo de un temblor sísmico de verdad, que se produjo frente al Cabo de San Vicente, en la costa portuguesa, a eso de las 11:35 hora española, con una magnitud de 6,1 en la escala de Richter, y que se propagó en diagonal desde allí por toda España, pasando desde Sevilla a Madrid y Aragón. Lo único que faltaba ya en este inestable mundo es que el suelo firme que pisamos se reblandezca, aunque si salen grietas y alguno se cae por ellas puede que no sea una noticia tan mala.

Lo reconozco. Pese a que hubo decenas, cientos de mensajes en Internet sobre personas que sintieron el temblor en Madrid, incluidos algunos desalojos de edificios, yo ni me enteré. Bueno, ni nadie de los que me acompañaban en ese momento. Fue a los pocos minutos cuando se dio la noticia en la red y nos miramos un poco asombrados. Para una vez que sucede algo fuera de lo normal y ni nos damos cuenta.... Y es que vivir un terremoto debe ser una sensación profundamente desagradable. Uno da pocas cosas por supuesta sen esta vida, y cada vez menos, pero la menos que el suelo está quieto es algo de lo que no se duda. De ahí los mareos en los barcos o en medios de transporte, ya que a nuestro sistema nervioso y de coordinación no le cabe la idea de que el mundo tiemble. Recuerdo que una vez en los noventa viví un pequeño movimiento en Elorrio, aunque luego me enteré que era realmente un terremoto. Fue a eso de las 7 de una mañana de Sábado, en la que estaba en la cama despierto. De repente la cama y el mueble al que está unida se movieron y hubo un ruido seco, como si una buena pedrada hubiera caído en el tejado de la casa, dos pisos por encima de donde yo estaba. Encendí la luz y la lámpara del techo oscilaba suavemente, pero no le di más importancia. A lo largo del día me enteré que había sido una pequeña sacudida con epicentro en Eibar, localidad situada a pocos kilómetros (en línea recta) de Elorrio. Me cuentan mis padres que en los sesenta hubo un movimiento más serio, que ellos lo notaron muy bien y que en zonas del pueblo como San Luís, de pisos de cinco alturas de paredes finas y endebles, algunos se asustaron mucho e incluso tiraron colchones por las ventanas. Reconozco que es una experiencia que no me gustaría vivir, al menos en una ciudad, llena de objetos que pueden caer sobre la cabeza de uno. En el campo hay menos riesgos, peor quién sabe.

¿Y cómo viven aquellos sitos en zonas muy expuestas a estos fenómenos? Supongo que con un punto de permanente intranquilidad. En Febrero de 2002 visité a una muy buen amiga mía que estaba postdoctorándose en Berkeley, San Francisco, lugar donde día sí y día también hay temblores. No sufrí ninguno, aunque dos semanas después de mi vuelta parece que hubo una sacudida notable. En teoría esa zona se va ver sometida a un gran terremoto en el futuro, el llamado “Big One” que destruirá gran parte de la belleza que yo ví allí. Confiemos en que eso no ocurra, o que tarde mucho en pasar, y que no lo vean nuestros ojos ni lo sientan nuestras piernas.

1 comentario:

David Azcárate dijo...

Gracias, wolfgang. Leí el libro hace tiempo, y pese a no ser lo mejor de Follet (alcanzó su máximo con los pilares de la tierra y luego va descendiendo) es muy interesante. Lo de los colchones no lo se. Supongo que pensaban que la casa se caía y querían caer sobre algo blando en caso de tirase por la ventana. Intuyo que después se reirían bastante del asunto al ver las huertas en formato “pikolín”.