Esta pregunta es muy típica cuando uno se enfrenta a una exposición de arte moderno, sólo que habitualmente entre el adverbio “qué” y el verbo “es” se cuelan una serie de nombres, adjetivos y expresiones algo descalificativas y contundentes. Lo digo porque esta semana pasada ha tenido lugar ARCO, la feria de arte contemporáneo más importante de España, y con tal motivo hay muchas exposiciones de dicha temática en la ciudad. Este pasado Domingo, casi sin quererlo, aterricé en una de ellas, la dedicada por la Fundación Telefónica a un coreano llamado Nam June Paik que me dejó tan obtuso como el nombre del personaje.
En esencia la exposición son una serie de artefactos unidos, tales como radios antiguas, televisores y montañas de hierros y cables, simulando robots con forma humanoide, que parecen sacados de películas de ciencia ficción de los cincuenta. Asimismo hay dos o tres montajes de video, formados por agrupaciones de hasta más de cien monitores de televisión proyectando escenas sin orden ni concierto, que a mi la verdad me causaban bastante irritación. En una sala, en medio de un buda iluminado y grabado por una cámara (eso era una de las obras) había una especie de Cine Exin roto con una cinta en blanco que giraba y, lógicamente, proyectaba rayas blancas, y eso sin fin. Apasionante. Ya para rematar el asunto, en otra sala se proyectaban una serie de películas de unos veinte minutos de duración cada una, consistentes en imágenes distorsionadas, desenfocadas y en continuo movimiento, con una banda sonora de golpes, ruidos y chirridos estridentes, propia de un frenopático ruso de la época del Gulag. En fin, que no tengo sensibilidad suficiente como para apreciar este arte, o que esto no es más que una ligera tomadura de pelo, que también puede ser. Lo malo es que este concepto rupturista del arte ha traspasado las fronteras de la pintura, y ha invadido todos los campos. Escultura, vídeo, cine.... todas las formas se encuentran llenas de objetos indefinibles que causan la perplejidad, cuando no la irritación, de quién los contempla, y el tiempo tiende a hacer evidente su escaso valor artístico. Pensaba que aún había islas no invadidas por esta corriente, pero, como muchas veces en la vida, me equivocaba del todo.
Porque en mi Elorrio natal se han lanzado a esta piscina colocando una estatua para conmemorar y cerrar los actos del 650 aniversario de la villa, en un lugar tan destacado como el jardín sito al otro lado del río, frente a Tximeleta. Junto a una gran lápida de piedra se encuentran dos postes de hierro, y sobre ellos dos cuernos de madera intersectados en planos perpendiculares. Habrá mucha gente a la que le guste, seguro, pero a mi este aparente monumento al cuerno me parece horrible. En su lugar podían haber puesto, como recuerdo, el arco de piedra del antiguo puente que allí estaba, precioso y recio, que aguantó inundaciones y torrenteras, pero no a las excavadoras y al urbanismo, pero han puesto es cosa tan fea. Bonita forma de estropearlo.
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